Capítulo 8

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  • Dedicado a Rouss Garciia
                                    

Luna Valentina pensó en su decisión por varios días, incluso se distraía mientras atendía a los clientes y estos terminaban llamándole la atención.

Aún pensaba en las palabras hirientes de Ale, pero también pensaba en los motivos que lo llevaron a decirlas, y en todos los regalos.

― ¿La chica de la que te hablé no vino hoy? —Alejandro, metido en su traje negro y corbata azul, preguntó a su secretaria antes de salir a almorzar.

― No, señor, hoy tampoco apareció.

― Bien —suspiró decepcionado. Había pasado cuatro días, pero no perdía las esperanzas.

― Espero que me lleves a un bonito restaurante.

Volteó hacia el pasillo alfombrado, reconociendo la voz femenina.

― ¡Viniste, Lu! —se apresuró a recibirla con un beso en la mejilla— Claro, te llevo a donde quieras.

― ¡Luna, querida! —espetó una mujer de cabellos rojos, elegantísima. Usaba un collar de perlas, bolso y ropa de colores beige y café. Ni se le notaba los cincuenta años que tenía encima, si acaso tenía una arruga la disimulaba muy bien.

― Oh Dios —susurró entre dientes el ejecutivo.

― Casi me iba, qué bueno que alcancé a verte —besó a la estudiante en ambas mejillas.

― ¿Cómo está, señora Guerrero? —expresó Luna con amabilidad.

― Muy bien, ¡qué gusto verte aquí!

― Alejandro me invitó a almorzar.

― Oh, de seguro es para hablarte sobre la cena de esta noche.

Él quedó atrapado por las inquisitivas miradas de las dos mujeres.

― Claro, mamá, pero ya arruinaste la sorpresa —Ale explicó muy amable.

― Igual se iba a enterar. Espero que vayas, Luna. Alberto y yo celebraremos nuestro aniversario.

― ¡Vaya, felicidades! Pero la verdad es que... —intentó buscar ayuda en la mirada de su amigo, y este terminó alzando los hombros—. Me halaga mucho su invitación, señora Guerrero pero mañana tengo que trabajar temprano...

― Ve un rato, por favor.

― Okay, me da mucha pena confesarle esto, pero la verdad es que no tengo qué ponerme, no quisiera desentonar...

― Ay, cariño, eso es lo de menos. Alejandro y tú han sido amigos por tanto tiempo que no le molestará comprarte algo lindo para hoy.

― No quiero abusar.

― No, no, se acabó la discusión. Los veré a las ocho —entregó besos a cada uno y se marchó.

― ¿Me ibas a invitar a esa cena, Ale?

― Lo iba a intentar, incluso sabiendo que te negarías, pero con mamá todo cambia, por eso no tenía cómo ayudarte, ya sabes que es difícil negársele.

Bien lo sabía Luna Valentina que al poco tiempo de conocer a Alejandro, terminó embarcada en múltiples cenas con sus padres, generalmente en su casa, para lo cual prestaba los vestidos a una amiga. Pero esto era diferente, necesitaría un atuendo mucho más formal si se trataba de una celebración con invitados.

Se metieron al auto y Ale pensó enseguida en un buen restaurante.

― Me alegra que vinieras, Lu, no sabes cuánto.

― Lo pensé mucho.

― No me digas nada, ya hablaremos en la mesa.

Llegaron pronto, se ubicaron y ordenaron. Pero Luna se veía inquieta.

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