Capitulo 12

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  • Dedicado a Yulisset Sima Arcos
                                    

Al fin Luna lo diría, se sentía lista para afrontarlo, para tenerlo en su vida por completo, para dejar lo de semi-novio atrás.

― Alejandro, te amo, lo he hecho desde hace mucho tiempo, pero no quería decírtelo todavía. No, no... —se sacudió frente al espejo del baño—. Ale, te necesito en mi vida, todos los días, quiero estar contigo siempre y... —suspiró—. Ay Luna, más cursi y mueres. ¿En serio eso dirás?

Regresó a su habitación realizando los últimos toques a su apariencia antes de sorprender a su especial amigo en el apartamento.

Planeaba hacerle el desayuno, luego saldrían al parque, en la tarde se acostarían en la cama a ver una película, para terminar haciendo el amor y pasarían el resto del domingo juntos haciendo cualquier otra cosa.

Le emocionaba mucho.

Aquel sería el día en que le dijera todo, expondría sus sentimientos.

Estaba lista, pensaba en que no valía la pena esperar un día más. A pesar de que poco a poco le mandó indirectas a Alejandro sobre lo que sentía, para él no quedaba muy claro aún, de modo que le pondría fin a tantas dudas y lo diría, así, tal cual.

Cuando el reloj marcó las ocho y diez de la mañana Luna tocó la puerta de Ale. Tomó tres respiros fuertes y apegó más su bolso al torso. Llevaba un vestido de corte en «A» color turquesa y una zapatillas de tiritas.

― ¡Luna! —la recibió en camiseta blanca y pantaloneta azul— ¿Qué haces aquí? —un dejo de preocupación se arrastró en sus palabras.

― Sorpresa —intentó besarlo, pero se vio distraída por la salida al pasillo de una rubia mujer terminando de envolverse en una sábana.

Alejandro vaciló entre ambas.

― Priscila, vístete y vete —le dijo para luego volverse hacia la recién llegada—. Y no es lo que piensas, sabes que te amo.

― Mal momento para decir tremenda mentira, Ale —pretendió marcharse.

― ¡No! —se interpuso en el camino.

― Déjame pasar.

― ¡No voy a dejar que un malentendido nos separe!, ¡no me acosté con ella!

― Fui una tonta... —susurró, agachando la mirada, tratando de huir antes de que las lágrimas asomaran.

― Luna, no me hagas esto. Te lo explico, Priscila vino anoche muy ebria y...

― ¡Cállate! —y con las lágrimas a flor de piel, Ale no pudo detenerla por más que le atrapara los hombros, la cargara en brazos o despidiera cada taxi que ella llamaba, mientras trataba de explicar su inocencia.

― Déjame ir, Ale, por favor, ya basta —seguía forcejeando con menos fuerza que antes—. Estamos en plena calle, la gente nos mira.

― No me importa. Escúchame, no me acosté con Priscila, solo se quedó dormida...

― ¡Estaba desnuda!

― ¡Porque se me ofreció, pero no la toqué, Lu, hazme caso!

― No creo que rechaces siempre a mujeres desnudas —expresó con sarcasmo.

― ¡Luna Valentina —la tomó por los hombros—, solo te amo a ti, no tuve sexo con ella!

― ¡Sí lo hiciste! —se zafó para salir corriendo al fin, en busca de otro taxi.

Lloró todo el día. No comió, no lavó su ropa, no se bañó, no quiso prender el televisor, mucho menos hablar con sus abuelos, solo les envió un mensaje por internet para evitar preocuparlos.

Novia a sueldoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora