¡Vaya semana!

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Tenía un milenio que no me paraba por la iglesia y el domingo acompañaría a Sara, ella pertenencia al coro desde el año pasado y me había suplicado que fuera, ya que dos de las coristas no podrían asistir. Yo no cantaba tan mal y hacía algunos años había estado en ese mismo coro, así que no tuve grandes pretextos para no hacerle ese favor.

No me hacía gracia tener que levantarme temprano en domingo, pero seguro que ese gran sacrificio me valdría para algún pedimento, quizás en tiempo de exámenes. Cuando baje a desayunar mi madre ya estaba en pie sirviendo la mesa.

— Mamá! Que guapa, a dónde vas que no me llevas?

— Pues a misa, contigo, esa desentonada no me la pierdo por nada — bromeó sorbiendo su café.

— No necesitas meterme más presión, ya estoy que reviento de los nervios.

— Es broma, lo harás bien!



Cuando la ceremonia inició empecé a sudar frío, y la hojita que me habían dado con las letras de los coros estaba hecha un rollito entre mis nerviosas manos, Sara me miró y me sonrió dándome valor.

La musica empezó a sonar y me sentí muy aliviada con el hecho de que toda la gente cantaba a todo pulmón, así mi voz no se escuchaba, si desafinaba solo el coro se daría cuenta.

Mientras la misa acontecía y el coro descansaba me dedique a ver las imágenes y estatuas de alrededor, entonces sentí esa sensación que se tiene cuando alguien te observa, bajé la mirada hacia las bancas, había mucha gente que jamás había visto.

Mi sonrisa se esfumó en cuanto vi esos rizos rubios y esos ojos que me observaban atentos. Respiré con dificultad y lentamente volví la mirada a dónde el párroco.

Era inevitable no volver la vista en esa dirección y en cuanto mis ojos lo veían, los suyos miraban rápidamente a otro lado.

Mi corazón empezó a palpitar como loco conforme nos acercábamos a la parte dónde solo el coro cantaría, Sara y yo éramos las voces principales.

En cuanto el piano empezó a tocar y Sara se acercó al frente a cantar mis manos empezaron a sudar frío, mis piernas se sentían de espagueti y mi corazón quería detenerse en cualquier momento. Sara me hizo señas para que me acercara, lo dudé por un momento y clavé la mirada en esos ojos que seguían observándome, recibí una sonrisa amplia y por inercia supongo, devolví la sonrisa.

Jamás había cantado tan bien, recibí halagos del coro y la invitación del párroco para unirme al grupo, mi madre me abrazaba orgullosa y Sara trataba de convencerme para el próximo domingo.

— Hola Javier — saludó Sara a mis espaldas, mi sonrisa volvió a desaparecer y abracé más fuerte a mi mamá.

— Hola Sara, felicidades, cantan muy bien! — se acercó y la saludó con un beso en la mejilla.

En seguida se volteó y me sonrió.

— Hola

— Hola — lo saludé rogando que mi madre no empezara a hacer preguntas.

— Son compañeros de la escuela? — y ahí estaban las preguntas.

— Si señora, soy Javier, es un placer conocerla — extendió su mano y apretó con alegría la de mi madre y como ella es de abrazos pues se acercó y él muy contento correspondió el gesto.

No podía creerlo, mi madre estaba saludando y siendo tan amable con él y a Quique, que era mi novio, ni siquiera lo conocía.

Rodé los ojos pensando en ello sin darme cuenta que él me miraba, dejó de sonreír y miró al suelo algo desanimado.

Amor En SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora