Capítulo 16

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Ambos nos dirigíamos en silencio al colegio. Thaleb usaba la capucha sobre su rostro, noté que lo hacía para ocultar sus ojos y la cicatriz que surcaba uno de ellos; él creía que de aquel modo pasaría desapercibido cuando lo único que lograba era despertar el interés en las personas que pasaban a su lado, como lo hicieron justamente las chicas que no dejaban de mirarlo mientras babeaban como unas hormonales.

Solté un bufido. Estúpidas.

Ignoré en que momento me convertí en una chica celosa. Apenas y acabábamos de besarnos, no éramos nada, demonios, no debería sentir celos, mucho menos cuando Thaleb no se volvía a ver a nadie. Sin duda alguna no le llamaba la atención la cercanía de alguna chica, por todos los dioses, era virgen. Pero un sentimiento de posesividad me embargó para con él, un sentimiento que por supuesto no era recíproco, o es lo que pensaba.

—¿De verdad piensas que se trata de Damon? —Cuestionó. Estábamos a una cuadra del colegio. El cuchicheó de los alumnos arribaron a mis oídos.

—No tengo duda. Él dijo que les mostraría lo que soy, a qué más puede referirse que no sea a mi magia, a que soy una bruja —espeté. Thaleb me lanzó una mirada de soslayo.

—Si quieres puedes gritarlo más fuerte, Gian —me riñó— El hacer a los humanos conscientes de que son los últimos en la cadena, no nos conviene.

Resoplé.

—Lo lamento. Y deja de reñirme como si fuera una niña pequeña —le advertí. Soltó una risa.

—A mi lado lo eres, ¿sabes? —Me recordó. Puse los ojos en blanco.

—Por supuesto, anciano —repliqué.

De pronto, justo cuando pusimos un pie en el colegio, él sorpresivamente me cogió de la mano, entrelazó nuestros dedos y el calor entre ellos se hizo presente tan nítidamente, como si surgiera un fuego llameante cada vez que nos tocábamos de aquella manera.

Miré nuestras manos. Luego a él y de nuevo a nuestras manos. Y no era la única que lo hacía, todas las miradas recaían sobre nosotros. Aprecié los cuchicheos entre las chicas que me odiaban, también entre los chicos que estaban detrás de mí. El rojo tiñó mis mejillas, el calor se concentró en ellas y Thaleb no tenía la menor intención de soltarme. ¿A qué venía esto?.

—¿Qué clase tienes primero? —Preguntó. Nos detuvimos en nuestros casilleros y fue la única forma en la que me soltó.

—Ciencias —mascullé. Frunció los labios, y ante ese gesto sólo pude recordar cómo ellos se fundían con los míos de una manera perfecta.

—Te veré en química entonces. No tenemos más clases juntos. Si llega a enviarte un mensaje, hazmelo saber. Ni se te ocurra ir sola a ninguna parte, ¿me oyes? —Advirtió sin que sus ojos se despegaran de mi cara.

Moví la cabeza en un gesto afirmativo. Abrí mi casillero y él hizo lo mismo.

—Te avisaré cualquier cosa —acepté.

Lo vi meter la mano a su bolsillo y sacó un iPhone que enseguida me tendió.

—Mi número está ahí. Después de que ese imbécil deje de enviarte mensajes, desecharás esa chatarra que tienes la osadía de llamar móvil.

Achiqué los ojos mostrándome ofendida. Cerré el casillero con más fuerza de la debida, Thaleb no lucía afectado en lo absoluto ante mi comportamiento. Estaba tan impasible como siempre.

—Disculpa, no tengo la culpa de no tener dinero de sobra para comprar un móvil de más de dos mil dólares —espeté.

—¿Quién te ha dicho que lo compré? —Refutó mientras se encogía de hombros. Abrí y cerré la boca un par de ocasiones sin poder articular palabra alguna.

Elegida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora