El ambiente en la ciudad era mas tenso que nunca. Había salido del Lacum sin escuchar órdenes, nadie me detuvo; ahora conducía apresuradamente por la avenida hacia la casa de Gian. Estaba anocheciendo, el cielo se pintaba de un color rojizo que se cernió sobre todos nosotros, un color nada habitual y que me hizo pensar brevemente en el infierno, pese a que, jamás estuve ahí, la mayoría de los demonios traían en sus ojos el reflejo del lugar de donde salieron.
Divisé el libro de hechizos, ese que era la única salvación de Gian. Debía encontrarla y cuidarla, hacerlo antes de que la luna roja hiciera su aparición. Estaría solo en esto, pero podría lograrlo, mi amor por ella era un incentivo suficiente para mantenerla a salvo.
De pronto, frené de golpe cuando una mujer se atravesó como un fantasma frente a mí. Las llantas derraparon contra el pavimento; apreté las cejas y bajé rápidamente del auto no sin antes esconder el libro de los ojos humanos.
La mujer lucía desconcertada, había sangre oscura cubriéndole el cuerpo, sus manos temblaban y su cabello era una maraña castaña que se apelmazaba en su cara llena de terror. Temblaba y no dejaba de susurrar cosas sin sentido. Siendo precavido me acerqué a ella.
—¿Estás bien? —Pregunté cauto. Volvió su mirada trémula hacia mí. Solo pude divisar terror en sus pupilas que no dejaban de bailotear de un lado a otro sobre mi rostro.
—Yo no quería matarla, yo... yo no sé qué sucedió —musitó estupefacta.
La saqué de la calle, tomándola de los hombros. Revisé sus manos y podía apreciar un ligero olor a putrefacción desprendiendo de ella, así como ese humo que era invisible para los ojos humanos y difícil de percibir por algunos brujos que no se hallaban relacionado con ello. Ese humo era el rastro que dejaban los demonios cuando poseían a los humanos.
—Tranquila, dime de dónde venías.
Sin embargo, no pude esperar a que respondiera. Un grito ensordecedor penetró en mis oídos. Viré el cuerpo y busqué rápidamente con la mirada de donde provenía. Crucé la calle que se encontraba desierta, no había autos, lo que me pareció muy extraño. Caminé por la acera y entonces el caos se desató. Una mujer salió corriendo de un negocio, posó sus ojos en mí un momento y el negro predominaba en ellos. Estaba poseída sin duda alguna y en su mano un gran cuchillo relucía. A mi alrededor, las pocas personas que caminaban por las aceras se detuvieron a mirarla al igual que lo hacía yo.
Emitió un grito que me molestó, fue agudo y decreció lentamente. Luego, ella se lanzó sobre mí, alzó el brazo y buscó enterrar el filo del cuchillo en mi cuerpo. Las esquivé y usé mi fuerza para sostenerla, no podía usar magia tan libremente frente a todos los humanos que se paralizaron al ver la escena, la única que usaría sería para mandarlo de vuelta al infierno. Ese maldito demonio estaba poseyendo humanos, pero ¿por qué? ¿Con que fin estaban haciéndolo?
—Maldito demonio —gruñí, forcejando con la mujer. Su fuerza era mucha debido al demonio.
—¿Piensas que podrás salvarla? —se mofó— ¡Fue ella quien nos liberó!
—¿De qué mierda hablas? —Increpé, sosteniéndola del cuello mientras el cuchillo yacía en el suelo.
—Gian Arel. Ella es nuestra, nuestra reina oscura.
Mi agarre en su cuello cedió de manera levísima. Su respuesta me dejó pasmado por unos segundos. Lo que temía estaba sucediendo y comenzó antes de que la luna roja llegara.
—Jamás la tendrán.
Abrí la palma de mi mano y obviando a los humanos que nos observaban, la estampé en su frente y utilicé parte de mi energía para mandarlo de vuelta al infierno.
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Elegida ©
FantasyJamás imaginé que desde aquella noche que lo vi al otro lado de la acera mi vida y la suya estarían unidas y entrelazadas de una manera mágica e irreal. Lo que yo, Gian Arel, conoció de su mundo, ya no sería igual. A su lado descubriría que existía...