Capítulo 22

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Era de noche, Gian a mi lado se mantenía callada, parecía absorta en sus pensamientos; nuevamente deseé indagar en ellos, me hallé ávido por descubrir qué pasaba por su cabeza.

La noté extraña desde que despertó, más distante, lejana, en ratos la veía perdida, como si su mente estuviese en otra parte; me preocupaba, incluso cuando Edril me calmó diciéndome que era normal después de haber pasado tanto tiempo encerrada en sí misma. Sin embargo, ninguno de los dos descartaba la posibilidad de que Sangrieff haya hecho de las suyas con ella y eso era lo que más me preocupaba, ya que me resultaría difícil, por no decir imposible, el pelear contra ella.

No podía lastimarla bajo ninguna circunstancia. Carajo. Me cortaría una mano antes de ponerle un dedo encima.

Mi amor hacia ella era grande y a veces me asustaba. Pero es lo que sucede cuando has pasado más de tres siglos sin estar con una mujer, sin conocer lo que es el amor mas que solo por leerlo y oír experiencias. Sentirlo era tan distinto, una fuerza extraordinaria que te apretaba desde adentro el corazón, tan presente a cada momento y que sin dudar te orillaba a realizar acciones que quizá antes no habrías hecho. Todo ese amor que jamás di se presentaba ahora y crecía cada día, pese a no ser correspondido de la misma manera. Y no culpaba a Gian, entendía que su forma de ver el mundo y las cosas era totalmente diferente a la mía; ella se basaba en lo que los humanos se regían, a veces tardaban meses o años en decir te amo. Aunque esa palabra se quedaba muy pequeña para describir lo que yo sentía por mi chica.

Edril detuvo el auto a un costado de la carretera, esta vez nos encontrábamos más cerca de la ciudad; Esther decidió quedarse, algo que dejó un poco ansioso a Edril, ya que no quería dejarla fuera de su vista.

Bajé del auto, Gian también lo hizo sin esperar a que abriera su puerta; sobre nosotros el cielo se hallaba despejado abriéndole paso a la luz de la luna. Hoy brillaba muy alto, pero incluso así su resplandor nos iluminaba; Gian mantenía su cabeza hacia arriba, miraba al igual que yo la luna.

—Andando —dijo Edril.

Me precipité a donde ellos y sin dudar cogí la mano de Gian, ella me miró un instante, sonrió de lado y volvió la vista al frente de nuevo; no pude devolverle el gesto, su sonrisa causó un estremecimiento extraño en mi cuerpo. Lo ignoré y como la última vez nos adentramos en el bosque; en esta ocasión fue Edril quien abrió el portal para pasar al mundo mágico. Gian y yo esperamos pacientes mientras lo hacía, entretanto, echaba un vistazo a mi alrededor, atento a cualquier sonido o presencia. Pero hasta ahora no había nada. Sin embargo, no me fiaba, podía jurar que Sangrieff intentaría truncar el entrenamiento de Gian.

Juntos atravesamos el portal, la magia se intensificó, la pesadez tan característica del lugar me embargó, el cambio fue repentino. Gian permaneció tranquila, como si no le afectase en lo más mínimo el cambio, cuando con anterioridad al menos demostró asombro y ahora no había en ella la mínima emoción. Es como si estuviese acostumbrada a la magia, lo que nuevamente me dejó alerta. Algo definitivamente no marchaba bien con ella.

—Aquí estará bien —comentó Edril. Se detuvo entre árboles poco frondosos—. Thaleb, puedes sentarte, comenzaré a enseñarle como defenderse y atacar con su magia. Tú ya la has enseñado a liberarla.

—Solo lo hicimos una vez —manifesté. Gian soltó mi mano.

—Con eso bastó. Sé que podré lograrlo —intervino.

Con agilidad se recogió el cabello, una simple coleta que no estaba bien hecha pero que le quedaba jodidamente bien. Ella era perfección, el pecado en forma de mujer, una tentación para romper las reglas, carajo, haría lo que fuera por ella.

Elegida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora