Capítulo 1

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Me dirigía a casa siendo casi el anochecer; habría querido dilatar más el momento para volver, no estaba emocionada por llegar, sinceramente prefería quedarme estudiando, pero para mi mala suerte hoy tenía mucha tarea.

Metí las manos en mis bolsillos y di una vista rápida al cielo estrellado que de a poco comenzaba a nublarse; la luna, brillando en lo alto, fue oculta por aquellas sombras oscuras que en cuestión de minutos sembraron en total penumbra la calle por la que caminaba y que carecía de lámparas.

Volví la vista al frente y entonces algo llamó mi atención, o mejor dicho, alguien; observé de soslayo la acera de enfrente donde un chico cubierto con una capucha caminaba casi al mismo tiempo que yo, como si nuestros pasos de tanto en tanto lograran sincronizarse, lo que me resultó de lo más extraño. Además nunca antes le presté la menor atención y me era incomprensible por qué lo estaba haciendo ahora.

Sacudí mi cabeza y seguí andando; aparté la vista y la fijé de nuevo en mi camino que incluso al saberlo de memoria era consciente de que nada me salvaría de tropezar con algún obstáculo si no prestaba atención donde pisaba.

Luché por no prestarle más atención a aquel joven, sin embargo, incluso al no mirarlo sentía como si estuviese a mi lado. Llegué a percibir con más nitidez el sonido de sus zapatos contra la acera, del que hacía la tela de sus pantalones al rozarse una y otra vez; aquellos sonidos penetraron mis oídos y se volvió molesto.

E irracionalmente mi corazón se aceleró, mis manos temblaron un poco y un súbito escalofrío me recorrió la espina dorsal.

Mis pasos cedieron, se hicieron más lentos y con sorpresa me percaté que los del chico también disminuyeron.
Quise detenerme, parar y descubrir si él también lo hacía, mas no fui tan valiente para averiguarlo.

Así que sin darme cuenta llegué a casa en menos de lo esperado; me detuve en el portón para abrirlo y me me di cuenta que el chico de la capucha entró a la casa que se encontraba justo a lado de la mía.

Mi ceño se frunció ante la confusión e interrogancia que me dominó.

No podía creer que él fuera mi vecino y ni siquiera lo noté, vivía tan ensimismada y sumergida en mi mundo que pasaba por desapercibido detalles como ése.

Entré a casa, que ahora se encontraba sumergida en un silencio sepulcral que más que asustarme me tranquilizaba; mis padres no se encontraban aún en ella y sin ellos no habría gritos ni peleas.

Me dirigí a mi habitación subiendo con prisa los escalones y me encerré en ella como siempre; ya dentro abrí la mochila, cogi mis cuadernos y libros y me dediqué a hacer mis deberes.

Suspiré sumida en mis pensamientos mientras veía las letras de los páginas blancas sin prestarles atención; luego desvié la vista al espejo de cuerpo completo que tenía situado frente a mí, notando mi reflejo en él.

Ésta era yo: Gian Arel Bross, una chica de diecisiete años, aunque dentro de unos semanas cumpliría los dieciocho.
Cualquiera podría pensar que soy la típica chica nerd que se la vive con la cabeza dentro de sus libros..., y pues sí, no se equivocaban, sin embargo, no era un ratón de biblioteca "normal" porque además de ser una nerd, era la chica perfecta y modelo para cualquiera, y no hablaba sobre el físico.

Para cada uno de mis compañeros y mi madre era la chica más inteligente, la más popular en el colegio, la que con todos los jóvenes soñaban..., pero al terminar el día sólo quedaba una simple joven envuelta entre las paredes de una habitación que era llenada por los gritos, maldiciones de su padre y los débiles, pero audibles sollozos de su madre.

Mi vida en sí podría ser perfecta si mi padre no fuera un alcohólico que golpea a mi madre y me ofende en sobremanera cada vez que se le pega la gana, y desafortunadamente como suele ocurrir en la mayoría de estos casos, aprendí a vivir así.

Elegida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora