Sus ojos me reconocían, había vuelto a ser ella. Quedé prendado de su mirada por un lapso de tiempo que resultó ser eterno para mí; el bruñido destello que desprendían sus ojos me hipnotizó, fui cautivado y seducido, mientras que la felicidad y la tranquilidad se abría paso a través del remolino de sentimientos que experimentaba.
Quise hacer muchas cosas, entre ellas, besarla hasta el cansancio, hasta que nos faltara el aliento y nuestros labios se sintieran ardientes y cálidos de tanto danzar juntos. Mas no podía, porque había un enemigo al cual teníamos que eliminar. No era el reencuentro que esperaba, pero había uno, ya que me había resignado a que este no existiera, al menos no en esta vida.
—Gian, ¿eres tú? —Susurré abstraído aun en su mirada.
—Sí —respondió—. Ha sido un infierno.
Su mirada se posó sobre Diana, quien seguía sangrando en el suelo, aun sostenida por Edril. El dolor traspasó sus ojos, volvió a mirarme.
—Se sacrificó —musitó—, pero aún vive.
Intentó incorporarse, la ayudé a hacerlo. La determinación estaba plasmada cada expresión de su cara. Su semblante cambió radicalmente y de forma pausada —pero fuerte— podía percibirse el poder que comenzaba a desprender a través de su aura azulada. La ira era lo que la controlaba mientras fijaba su atención en Sangrieff.
—Llévense a Diana de aquí. Yo me haré cargo de ese monstruo.
—Me quedaré contigo —dije firme. Ella se volvió hacia mí. Enterneció el gesto.
—Ahora no te necesito, solo quiero saberte a salvo, a ti y a los que amo —aseveró.
—No me iré —me mantuve firme. Gian esbozó una media sonrisa.
—Siempre me llevarás la contraria, ¿no? —Reí un poco.
—Toda la vida, Gian —susurré.
Me sonrió y después, en un abrir y cerrar de ojos se hallaba frente a frente con Sangrieff, ambos desprendían gran poder. No decían nada, se miraban fijamente, retándose, había mucho odio y mucha ira. El cielo se tornó más oscuro, la lluvia cedió, pero los truenos seguían resonando con fiereza, como si fueran los gritos de todos los brujos que esta noche habían perecido.
Aparté de la vista de ellos y regresé con Edril.
—Tienes que llevarla a un hospital, rápido —dije. Toqué el vientre de Diana.
—¿Cómo es que sobrevivió? —Cuestionó incrédulo.
—Ella estaba embarazada. Fue el bebé quien recibió toda la maldad, lo destruyó, la sangre inocente que se ha derramado es la suya.
Edril no escondió la mueca de dolor e impotencia que surcó su cara. Miró una vez más a Diana y la tomó entre sus brazos con sumo cuidado. Cada vez se hallaba más pálida. Debía darse prisa.
—Me llevaré a Esther, por favor no hagas nada estúpido, Gian no es una damisela en apuros —aconsejó.
—Qué bonita manera tienes de decirme que ella es más fuerte que yo —mascullé. Él negó.
—Ellas siempre lo son —dijo, alejándose de mí.
Me sentí tranquilo cuando las saco de aquí. Me apresuré a ir con los mayores y las hermanas Lett. Todos se hallaban exhaustos, sangraban, lo que pocas veces presencié. Me sorprendí al ver la sangre dorada que salía de las heridas de Alfhild Lett, ella notó mi curiosidad, se volvió a verme y casi trastabillo ante la imponencia que irradiaba.
—Cuando una bruja alcanza el limite de su poder, su sangre se vuelve dorada, sin embargo, solo sucede con quienes poseemos una Metem —explicó.
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Elegida ©
FantasíaJamás imaginé que desde aquella noche que lo vi al otro lado de la acera mi vida y la suya estarían unidas y entrelazadas de una manera mágica e irreal. Lo que yo, Gian Arel, conoció de su mundo, ya no sería igual. A su lado descubriría que existía...