Capítulo 28

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Ella no espero, alzó su brazo y descargó una esfera de fuego contra mí, la misma que esquivé, pero que el auto detrás de mí recibió, explotó en cientos de pedazos, creó una hoguera que iluminó por unos instantes todo a nuestro alrededor como si el sol acabara de salir. La fuerza de la explosión lanzó a Diana y Esther al suelo. Escuché el grito de Edril, lanzaba ordenes, pero no presté atención. No podía ni siquiera pestañear mientras Gian estuviese atacándome. Recibí su fuego una y otra vez, usé mi magia para esquivarla. Yo no atacaba, mis sentimientos ganaban, no quería dañarla, porque sabía que iba a herir su cuerpo, no a lo que yacía dentro de ella.

—¡Vamos, Kraven! Atácame —incitó.

Damon y Sangrieff se mantenían quietos, completamente seguros de que ganarían estaba batalla.

—¡Ella no es Gian! —Gritó Edril a mi espalda.

Mis dedos se contrajeron, apreté los labios y tensé el cuerpo, remarqué cada musculo. Cuando la magia era demasiada, había leves cambios en mí, por ejemplo, mi cuerpo se volvía más definido, aquellos músculos casi inexistentes parecían crecer el triple. Me rodeaba un tipo de aura azul que desprendía poder, el mismo que llegaba a quemar, como si fuera un tipo de escudo que me protegía, pero que no siempre hacía su aparición. No todo era tan fácil. Así que agradecí tenerlo ahora, no podía protegerme completamente de los ataques de Gian, ya que ella era extremadamente fuerte, pero al menos el daño ocasionado era menos.

No miré su rostro cuando la ataqué. Mi poder fue esquivado por el suyo, sin embargo, no me detuve, volví a atacarla en menos de una fracción de segundo, golpeándola y arrojándola al suelo, de donde se incorporó deprisa.

—Eres fuerte, pero no lo suficiente para vencerme —dijo riendo. Sabía que tenía razón.

En un instante la tuve frente a mí, se movía como si fuese el mismo viento. Cuando hube reaccionado su mano se cernía alrededor de mi cuello. Quemaba.

—Solo jugaba un poco contigo. Te dejaré para el final —murmuró.

Apretó más fuerte y un grito brotó de mi garganta, porque dolía demasiado. Sus dedos casi traspasaban mi piel, eran como lava ardiente.

Reuní mi fuerza y la golpeé en la cara, lo hice varias veces sin que mi magia pudiese hacerle algo, ni siquiera un rasguño. Entendí que tenía razón: solo estaba jugando conmigo.

De un momento a otro mi cuello se vio liberado y mi cuerpo azotado contra el suelo. Con las manos temblorosas me toqué el cuello, sentía la sangre surgir de las heridas causadas, no era mucha, porque lo que me hizo no fue cortarme, sino quemarme.

—¡Thaleb!

Era Diana la que había gritado mi nombre, eran sus brazos los que sentí escabullirse entre mi cuerpo. Me ayudó a incorporarme mientras Edril mantenía una lucha contra Gian en compañía de Judeus que acababa de llegar. Los demás brujos luchaban contra Damon y Sangrieff, a quien no lograban tocar. Era fuerte, pero no más que Gian.

—Deben irse —susurré. Sus manos tocaban las heridas de mi cuello. La angustia atravesaba su rostro.

—No. No nos iremos. Sé que nuestra ayuda es nula, pero no correremos a escondernos. Si morimos, lo haremos aquí —sentenció.

La miré. La resignación rebosaba en sus ojos. Y la odié, odié verla ahí. Porque a pesar de ser consciente que vencer a Gian era casi imposible, no me resignaba, nunca lo haría.

Asentí y me aparté de ella. Saqué de mi bolsillo un pequeño frasco de plástico que contenía una esencia curativa que enseguida bebí. Sabía horrible, pero la tragué rápido a la vez que mis heridas de a poco se iban desvaneciendo.

Elegida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora