Marifer es una adolescente de secundaria que vive su vida como cualquier otra, cuenta con su mejor amiga en todo momento y tiene a su lado a Uriel, un chico con un triste pasado y un desgarrador presente, quien es su novio en secreto dado a la negat...
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La noche de ayer, después de que escuché el timbre y la voz de Lena, salí de la habitación y bajé las escaleras con sigilo y mi diario en mano. Al mirar hacia la puerta pude percatarme que el hombre discutía con ella, instantes después don Leonardo salió de su habitación, yo esperé algunos momentos oculta detrás de la puerta del baño de la planta baja.
—¡No mienta!, mi hija se encuentra aquí y vengo por ella —Al escuchar esto pude darme cuenta que se trataba de mi padre, su voz era tiplosa, una mezcla entre embriaguez y tristeza.
—Ya le dije que ella no está aquí, ¡váyase! —respondía la mujer empujando la puerta mientras mi padre la detenía por fuera evitando que esta se cerrara.
—¿Qué ocurre, Lena? —dijo don Leonardo bajando las escaleras y acercándose a la entrada.
—Este hombre quiere meterse a la fuerza —respondió la empleada. Don Leonardo la tomó del hombro y sonrió indicando que se retirara, al parecer al momento reconoció de quién se trataba.
—Bernardo, mi buen amigo, mira lo que has hecho de ti... no eres el hombre que conocí hace once años, el alcohol no es buen consejero, te lo digo como amigo y por la estimación que te tengo, nuestras hijas crecieron juntas y por ese motivo hemos sido como una familia. Si no quieres cambiar por ti, hazlo por tu hija y por tu mujer, hermano —dijo el hombre en tono armonioso intentando calmar las aguas.
—Pues esto soy ahora Leonardo, la vida me ha golpeado, la miseria, las enfermedades, el alcohol si tú quieres, para ti es fácil porque tienes todo lo que tú y tu familia necesitan pero yo... perdí mi trabajo, no tengo dinero, no tengo juventud... ni siquiera tengo a mi familia a mi lado... ¿qué tengo ahora? —dijo tirándose al suelo de rodillas y bañado en llanto.
Mi corazón se partió en ese momento, supe que mi padre estaba sufriendo por nuestra ausencia. Caminé lento hacia la entrada, no sabía si acercarme o no.
—No soy quién para negarte a tu hija, solo te pido recapacites y cambies tu actitud... por su bien, si es que en verdad te importa —respondió don Leonardo tomándolo del hombro y mirando hacia arriba tal vez para hablarme sin contar con que yo ya estaba detrás de la puerta de la entrada.
—Papá... —dije sollozando y acercándome a él un poco temerosa.
—¡Hija! —respondió levantando la mirada y tomándome del rostro, sus ojos estaban rojos, tal vez había llorado durante todos estos días o el alcohol estaba cobrando factura en su organismo.
—¡Perdóname, papá!, tenía mucho miedo —dije abrazándolo con fuerza, sus lágrimas mojaban mi ropa.
—¿Por qué me hicieron esto? ¡¿Por qué?! —exclamó apartándome de su regazo y viéndome a los ojos, su mirada se tornó violenta, se puso de pie y me tomó con fuerza del brazo.
