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Hoy, como en los últimos cuatro días, me sentía mal. Tal cual, me había pasado el lunes y lo días posteriores, cada vez que comía algo me daba arcadas, o al menos, náuseas, lo cual atribuía a mi mala alimentación y descanso; teniendo en cuenta que a veces salía sin comer y no lo hacia hasta la noche (o a veces, no comía más que algo mínimo).

Aún así y, aunque tenía respuestas si me preguntaban el por qué de todo esto, mi mamà asegjraba (y re contra aseguraba) que todo esto tiene que ver con un posible embarazo. Si, para ella yo estaba embarazada. Para mi, no era así, y se trataba solo de lo que ya antes mencioné. Deseaba, de verdad, no equivocarme, ya que no sé cuan preparada estoy para ello. Ni siquiera sé si Lisandro quiere un hijo ahora. Pero, en fin, ya veré que es lo que realmente me pasa.

—¿Estas bien? —me preguntó Licha, quien me había pasado a buscar por el trabajo y ahora me estaba llevando hasta mi departamento donde el también se quedaría.

—Si. Bah, que se yo, ya sabes que me pasa en realidad —respondí.

—¿Seguis con nauseas? —asentí—. ¿No queres ir al medico? Por ahí tenes algo y te lo estás dejando pasar.

—No amor, ya te dije que debe ser la mala alimentación.

—Espero que empieces a comer bien Emilia, no podes estar así.

—Bueno —dije con cierta gracia, ya que me había causado la forma en que lo dijo.

Cuando llegamos al departamento, yo me fui derecho a la habitación, a cambiarme de ropa. También pasé por el baño, me lave la cara y me hice un rodete (muy desprolijo) para estar más cómoda.

Volví a el comedor y como no me encontré con Lisandro, lo busqué en la cocina. Ahí estaba el, preparando algo para cenar. No sabía de donde había sacado la comida, porque no tenía casi nada.

—¿De donde sacaste para cocinar? —le pregunté.

—Antes de irte a buscar compré carne y una de esas bolsitas para saborizar —explicó—, porque sabía que no tenías muchas cosas y te quería cocinar algo.

Le sonreí y me acerqié para besarlo. Realmente cada día me sorprendía, cada día estaba más enamorada de este hombre.

—Gracias —lo miré, sin separarme del todo—, te amo.

—Te amo —respondió y me dió un pico para después seguir con la comida.

Después de un rato, cuando la comida estaba lista, me encargué de poner la mesa y ayudar a Lisandro a servir.

Comimos, mientras el me contaba como había estado su día y yo le contaba, también, como había estado el mío. Nada de otro mundo. Aunque la preocupación volvió a aparecer en el cuando le dije que me había sentido mal todo el día.

—Emilia, tenemos que ir al medico —dijo—, no podes estar así.

—No Licha. No quiero—respondí—. Si sigo con todo esto, veré, pero ahora no quiero.

Asintió no muy convencido. Sabía que tenía razón, pero no quería ir. Primero porque nunca me gustaron los medicos y todo lo referido a ellos; segundo porque me negaba a responder aquella duda que estaba en mi mente desde que mi mamá me la planteo: Si estaba embarazada. Probablemente, si así era, de alguna forma u otra lo iba a saber, pero todavía no.

—Vamos a acostarnos, así descansas un rato—habló mi novio. Lo ayude (aunque el no quería), ahora, a levantar la mesa y a lavar todo. Después, si, fuimos a acostarnos como el dijo.

Los dos nos tiramos en la cama y yo me acomodé de tal forma que mi cabeza quedo sobre su pecho y el rodeo mi cintura con uno de sus brazos, pegandome más a el, si eso era posible.

—Sabes —comenzó, llamando mi atención—, hoy estuvimos hablando con los chicos sobre los bebes; porque, bueno, Fer contó algunas cosas sobre Daniele y saltó el tema —lo miré a los ojos, mientras el hablaba —. El punto es que me preguntaron si me gustaría tener hijos con vos.

—¿Y? —pregunté. Quería saber su respuesta, después de todo, era una posibilidad que eso pasara.

—Si, me gustaría. Mucho —respondió sonriendome—. ¿A vos?

—A mi también —sonreí. Su respuesta me había aliviado porque en el caso de que sucediera, sabía que no se lo tomaría mal.

Licha estaba a punto de decir algo, pero yo, con mis arcadas lo interrumpí. Me di cuenta que, esta vez, no serían solo arcadas, así que me levanté rápido y fui al baño.

Volví, después de haberme enjuagado y lavado bien los dientes, con la idea de acostarme y dormir, pero apenas vi a Lisandro con su campera puesta y la mia en sus manos, supe que eso no iba a ser posible.

—No —le dije haciendo un puchero, mientras el se encargaba de ponerme la campera.

—No me vas a convencer con esa carita, vamos a ir al medico —rió y besó mis labios.

Por suerte, la clínica no quedaba tan lejos, porque si hubiesemos tardado dos minutos más, le vomitaba el auto.

Entramos a la guardia y, como era de esperarse, había bastante gente. No nos quedo otra que sentarnos a esperar que nos atiendan. Bah, que me atiendan, en realidad.

En el mientras tanto, Licha se encargó de hacerme caricias en el pelo y darme, de vez en cuando besos en la cabeza, lo cual, además de generarme ternura, me daba sueño.

Finalmente, después de casi media hora, me atendieron. Pasé sola y le conté a, en este caso, el medico, los síntomas y mi presunción de lo que me pasaba.
El escuchaba atentamente y me dijo que, para sacarme la duda, sería mejor hacerme un analisis de sangre donde saldría lo que de verdad tenía.

Probablemente tardaría un rato, por lo que le dije a mi novio que se fuera a casa a dormir si quería, después de todo, casi no había parado en todo el día y lo notaba cansado.

—¿Vos pensas que te voy a dejar sola?—cuestionó—. Ni ahí, yo de acá no me muevo.

Sonreí y no dije más. Me acomodé en su hombro, de nuevo y ahí me quedé hasta que me volvieron a llamar para darme los resultados.

—Usted también puede pasar, si quiere —le dijo el médico a Lisandro, quien al instante, se paró.

—¿Qué tengo? —fue lo primero que pregunte.

—Tranquila —rió—, no es nada grave, pero si vas tener que empezar a tener una buena alimentación y descanso.

—¿Es eso?

—No, aunque como ya te dije, vas a tener que acomodar tus horarios —respondió—. Estas embarazada.

Al escuchar esas dos palabras, lo primero que hice fue mirar a Licha, quien en ese mismo momento agarró mi mano con más fuerza. Estaba sonriendo.

—¿En serio? —preguntó esta vez el, mirando al doctor.

—Si, de seis semanas para ser más exacto —sonrió.

Tras despedirnos del doctor quien había sido, por demás amable con nosotros, volvimos al auto.

—¿Vos ya lo sabías, no? —me miró divertido.

—En realidad no, hasta hace una semana estaba segura que era por la mala alimentación —respondí —, pero cuando hablé con mi mamá ella me aseguro que estaba embarazada y empecé a dudar. Nunca lo confirme, pero si sabia que era una posibilidad—sonreí—. No te dije nada, primero porque no era nada solido y segundo, porque no sabía como te iba a caer o si estabas preparado. De casualidad hoy me hablaste de eso y me tranquilizó un poco todo.

—Me haces muy feliz, Emilia —dijo, abrazandome. Beso mi frente como solia hacerlo y posteriormente, mis labios.

Rivales | Licha MagallanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora