Cap. 15 - La llamada

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Cuando la luz de mediodía le quemó en los párpados, Alex comprendió que no podía seguir aferrándose a la virtual calma de los sueños

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Cuando la luz de mediodía le quemó en los párpados, Alex comprendió que no podía seguir aferrándose a la virtual calma de los sueños.

Abrió los ojos, resignada a enfrentarse a la locura que últimamente regía su realidad, sin embargo, una agradable calidez en torno a su cuerpo le llamó la atención. Sintió el tacto de unos labios posándose en el dorso de su oreja, y un ligero calambre le atravesó la médula espinal.

―Buenos días. ―La voz de Steve, algo áspera y somnolienta, llegó a sus oídos, y su aliento le acarició la piel en un agradable cosquilleo.

Todavía sin ser capaz de procesar ese mar de sensaciones inesperadas, Alex giró sobre sí misma, topándose de frente con el perfecto semblante del Capitán América, reposado sobre su almohada, a escasos milímetros del suyo.

Había dormido con Steve. Entre los brazos de Steve. Abrazada a Steve.

―Estás preciosa por las mañanas ―volvió a hablar él con una sonrisa dibujada en los labios, al tiempo que alargaba la mano para apartar los rebeldes mechones de cabello que le caían sobre el rostro―. ¿Cómo te encuentras?

Alex parpadeó varias veces.

―¿Esto es real? ―musitó.

Un gesto de desilusión se dibujó en las facciones del supersoldado.

―No recuerdas nada de anoche.

Ella hizo una mueca, provocando que la expresión de decepción se acrecentase en el rostro de Steve.

―Claro que lo recuerdo, anciano. ―Alex esbozó una sonrisa torcida y golpeó al hombre en el pecho.

Aunque gran parte de la noche aparecía repleta de lagunas en su memoria (y, de algún modo, sabía que era mejor así), recordaba casi con lujo de detalle todo lo acontecido en esa habitación con Steve.

―No juegues conmigo, Alexa. ―Steve negó divertido y se incorporó un poco, quedando ligeramente por encima de ella. Lo justo para poder besarla en los labios.

Alex respondió al beso, a la par que deslizaba las manos por el torso de Steve que, para su deleite, seguía sin camisa desde la noche pasada.

―¿Seguro que no quieres jugar? ―murmuró ella con una expresión traviesa. La nariz de Steve todavía rozaba la suya. Si de ella dependiera se quedaría así para siempre, en esa habitación con ese hombre, alejada de todas las preocupaciones que esperaban al otro lado de la puerta... Sin embargo, un repentino acceso de dolor en el estómago la devolvió a la realidad.

Apartó a Steve de un empujón y corrió hasta el aseo.

El supersoldado arqueó las cejas, sorprendido, y trató de seguirla, pero ella ya había cerrado con pestillo. No quería que él la viera arrodillada frente a la tapa del inodoro, devolviendo todo el alcohol y las substancias que había consumido la noche anterior.

Trojan » Steve RogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora