II

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—Buenas noches. Mi nombre es Connor y he sido enviado por el alcalde Aidan, para llevarlo hasta la ciénaga.— se presentó un jovenzuelo de no más de dieciséis años.

Lugh lo observó imperturbable, dejó el laúd a un costado y se levantó de su camastro, estirándose en su metro ochenta. Revisó entre sus pertenencias lo que juzgaba que le iba a servir ante ese viaje, tomó un pequeño bolso con frascos de ungüentos y pócimas curativas.

—Vamos...— dijo poniéndose en marcha hasta la puerta y notando como el adolescente lo veía con miedo, suspiró.—¿A qué temes? ¿Mi apariencia o al monstruo?

El joven se sobresaltó ante la pregunta, intentó buscar alguna respuesta pero el druida ya le había leído la mente.

《A mi... y al monstruo también 》

Pensó el albino mientras sonreía de bajo de su mascara.

—No te preocupes, no estaremos tan cerca de aquella criatura, además, no te haré nada ¿No es acaso mi trabajo velar por tu seguridad? La única cosa que me diferencia a mi de otros druidas es mi pelo blanco y mis ojos rojos.

El joven asintió intentando estar tranquilo, tenia razón lo que el hombre le decía, no había nada a que temer.

Caminaron por el pueblo desierto hasta dar con una pequeña ciénaga, allí la vieron. Una criatura monstruosa de casi tres metros de alto, en su simple apariencia parecía una araña, pero esta solo tenia siete patas y su cuerpo parecía ser una masa uniforme de pelo, que a la luz del cuarto creciente de la luna daba unos reflejos sucios de verde y violeta manchados por unas grasientas manchas de un rojo sucio.

Desde donde estaban, a unos escasos quince metros, podían sentir el hedor de la sangre coagulada, Connor estuvo a punto de vomitar por eso, pero Lugh le alcanzo un pañuelo embebido de una de las pócimas. El joven abrió la boca para decir algo, pero el albino lo interrumpió con una señal de la mano, indicándole también que se quedara donde estaba.

El hechicero se acercó a hurtadillas lo más que pudo hacia aquella bestia. Ahí la distinguió mejor. No, no media tres metros, media cinco, lo que juzgó como una séptima pata en realidad era una especie de aguijón y sobre todo, pudo apreciar los dientes y el ancho de la boca. Una boca deforme provista de infinitud de dientes filosos, algo que le llamó la atención, de, lo que parecía ser el cuello de aquella bestia, pendía un collar terminado en una piedra. Un símbolo, esa bestia no parecía ser un maldecido, ni tampoco se encontraba de casualidad en aquel pueblo.

Movió su pie desde el escondite en donde se encontraba, pisando sin querer una pequeña rama de abedul, rompiéndola. La bestia, atraída por ese sonido, se giró en su dirección, pero Lugh se quedó inmóvil, viéndola a los ojos. Unas pequeñas bolas de vidrio que parecían irradiar una luz amarillenta. Contuvo su respiración y el monstruo se fue, volviéndose a su escondite. Al parecer, esa noche no tenia hambre.

El hechicero, volvió sus pasos hacia donde se encontraba Connor, en silencio y con una leve seña le indicó que se largaran de allí.

Ya más tranquilos y a distancia de aquel ser, decidió hablar con el jovenzuelo y ver si así podría sacarle información sobre aquella cosa.

Así se enteró que aparecía con mayor frecuencia en la media noche de luna llena. Que solía salir por las noches pero que solo se movía un poco de la ciénaga. También, se enteró que usaba aquel "aguijón" como una mano que le permitía atrapar a su presa y tragársela viva. Pero, por mucho que intentara sacarle información a aquel joven, no pudo enterarse de donde diablos había salido esa cosa.

Suspiró y despidió a Connor, dejandole como recado que le avisara a su señor que viniera al día siguiente para concordar sobre el asunto. El adolescente sonrió aliviado de poder irse y se marchó a sus aposentos a cumplir con dicha ordén.

El Druida, Hijo De AriadnaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora