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Miró hacia arriba, las ramas de roble ancestral tapaban parcialmente el cielo, dejando unos huecos por donde se colaba la luz del sol y el azul pálido del manto celestial. Sonrió, él sabia que esto no era más que un sueño consiente, su hermano y las gemelas no se encontraban allí, su ropa no era la misma que en la realidad estaba llevando, además solo tenia a su lado el laúd, aquel instrumento del cual jamás se separaba. Lo observó un momento y decidió tomarlo para afinarlo un poco, jugando con sus cuerdas. Lugh se encontraba sentado entre las raíces de ese árbol, cercano a uno de los limites de Eireann.

Escuchó que alguien se acercaba, a paso ligero pero decidido, como si ya se conocieran. Levantó su vista un segundo y vio la falda blanca y los zapatos verdes de ella, ¿Erika?, no estaba seguro de que ese fuera su nombre.

—Hola, dulzura ¿Cómo has estado?— la saludó sin dejar de jugar con su instrumento.

Ella no respondió, solo sonrió y se sentó a su lado, viéndolo tocar el laúd.

—Me pregunto si alguna vez nos encontraremos en la realidad— dijo como para si misma, él sabia que eso se lo preguntaba a él.

Dejó el instrumento a su lado y estiró el brazo en su dirección, pasándoselo por el hombro y acercándola a su pecho.

—Probablemente si… — le respondió en pocas palabras.—Tengo la impresión de que las profecías se cumplen y la nuestra dice que dentro de poco nos volveremos a ver.

Ella levantó su rostro, ese rostro de piel clara, labios pronunciados y unos ojos grandes del color de las esmeraldas, que tanto a él le gustaba. Lugh, en cambio, bajó su mirada para encontrarse en la de ella, le sonrió apacible y la besó, deseando como tantas veces que eso no fuera un sueño.

—No me crees ¿Verdad?— le preguntó con una sonrisa de lado, sabia cual era la respuesta.

La muchacha se mordió el labio, pensativa.

—No es que no te crea… es que, ni siquiera sé si eres real. Si tuviera alguna prueba de que tú existes… pero no la tengo.— le respondió ocultando su rostro en sus rodillas.

Él, en cambio ladeó la cabeza, tenia razón su hermano, podría aprovechar este sueño para seguir el consejo de Querran. Se separó un momento y tomó de nuevo el laúd. Comenzó a cantar algo, una canción que hablaba de que él la había visto en la madrugada, cuando no esperaba encontrarla, que no habló con ella, mas simplemente le preguntó con la mirada y ella lo invitó en una sonrisa, que era ella, la que lo calmaba y que era ella la que lo hacia sentir importante, era ella, su ángel.
Después de cantársela, la volvió a ver a los ojos y la besó.

—Cuando en la realidad, escuches esta canción, presta atención a la voz del que la canta. Esa será mi prueba de que existo, de que aquí te espero.— le dijo en un susurro tenue a la vez que le sonreía.

Ella respondió con la misma sonrisa, movió sus labios para decirle algo, pero él no lo escuchó, en cambio todo a su alrededor se volvió oscuro.

Abrió sus ojos y maldijo su suerte, le hubiera gustado unos cinco minutos más. Vio como la niña que tenia a su lado seguía dormida. Suspiró fastidiado y se sentó. Todavía era de noche, la luna llena brillaba en lo alto, por ese astro Lugh sabia muy bien que era medianoche. Miró a su lado, Querran dormía profundamente, pero la albina no estaba con él. Instintivamente la buscó con la mirada y la encontró sentada en la raíz de un cedro imponente mirando el cielo. Se  le acercó posando su mano en el hombro de la niña. Ella por su parte se asustó al sentir su presencia.

El Druida, Hijo De AriadnaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora