IV

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—A ver… Lugh. Por ultima vez. Recuérdame ¿por qué es que estamos llevando a dos niñas hacia el templo de Ariadnae y poniendo en peligro nuestras vidas?— preguntó fastidiado el nigromante mientras llevaba a una de las niñas en su espalda y veía como su hermano iba cómodamente sentado en su yegua con la otra niña sentada en las ancas.- ¿Y por qué tengo que ser yo el que lleve a una de ellas a pie?

Lugh cerró los ojos y suspiró un momento, intentó no bajarse de Ariadna y propinarle un puñetazo a su hermano, era la enésima vez que preguntaba lo mismo.

—Pues… lo primero ya te lo respondieron catorce veces. Y lo segundo, creo que tú fuiste el que dijo que podía cargar a mi hermana— le respondió la pequeña que estaba delante de él mirándolo por encima del hombro.

—Oye, no me hables así. Respeta a tus mayores, mocosa.— refunfuñó Querran, cada vez más molesto.

—Hermano mayor… —lo llamó la pequeña que estaba a su espalda con una voz tímida.

El mencionado miró de soslayo como la niña, que era la albina, lo observaba con timidez.

—¿Pipi … otra vez?— preguntó el nigromante, viendo como ella asentía apenada.— Bueno… pero la próxima te haces encima.

Lugh en parte, detuvo a su yegua y se bajó de esta, preguntándole con amabilidad a la otra gemela, la de piel oscura, si necesitaba ir al baño. Esta asintió con una sonrisa y se tiró a los brazos del druida para luego correr hasta los arbustos junto a su gemela.

—Querran…— lo llamó con voz grave y baja, intentando que solo lo oyera su hermano. — Si no quieres ayudarme, lárgate. No lo hagas más difícil…

Querran lo observó enfurecido, resopló, tratando de calmarse y luego abrió la boca para decirle algo.

—Yo creo que …

El albino no se enteró de lo que creía su hermano. Ya que ambas niñas comenzaron a gritar pidiendo ayuda, haciendo que esos dos hombres fueran a ver que pasaba.

En efecto, no era para menos, cuando llegaron vieron a un monstruo, un mutante con la runa de Fionn colgada al cuello, intentando llevarse a las niñas.

—Querran…— dijo con simpleza el hechicero.

A lo que su hermano asintió con la misma actitud, mientras desenvainaba su espada de acero negro y veía como el albino transformaba su báculo en otra espada. Ambos corrieron en direcciones opuestas. Lugh a la izquierda y Querran a la derecha. Saltaron los tres metros que tenia el mutante y se le subieron en la cabeza, intentando clavarles sus armas en la mollera.

El mutante intentó quitarse ese par de piojos que lo estaban molestando, sacudiéndose con furia, pero fue inútil. Esos paracitos no se movían por nada en el mundo, estaban aferrados a él sosteniéndose de su mugroso cabello.

Lugh resbaló y casi caía al suelo en su descuido, pero su hermano logró ayudarlo conjurando una hechizo que lo hiciera levitar. Cuando el albino volvió a estar arriba del mutante, simplemente le hizo una señal a su hermano con la cabeza y ambos clavaron sus espadas a la vez. Enfureciendo a la bestia, que bramaba de dolor y rabia. Sacudiéndose con violencia en sus últimos estertores antes de caer al suelo. Inmóvil, muerta,  si es que esto ultimo se podría decir. Ya que los mutantes creados por los nigromantes eran hueso y polvo de bestias y seres muertos.

Antes de que esta cayera, los hermanos lograron arrebatarle a las niñas y en el momento de la colisión ellos bajaban a unos metros de distancia, con completa elegancia sincronizada. Lugh volteó a ver a su hermano y le sonrió

《Buen trabajo, idiota》

Le dijo con el pensamiento.

《 Que te den, imbécil》

El Druida, Hijo De AriadnaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora