Capítulo 2: Rebelión.

44 8 1
                                    

[[Parte I]]

El aire olía a humus fresco, hacia poco que había llovido en aquel bosque, humedeciendo la tierra y las hojas recién caídas. Lugh, junto a un grupo de soldados llevados para la ocasión, caminaba por aquellos lugares a pie y con cuidado. Los hombres habían insistido en empuñar sus armas mientra atravesaban aquel bosque casi impenetrable, pero él les había dado la orden de mantenerlas bajas.

Que el druida se encontrara en aquel lugar en esas circunstancias, no era casualidad. Hacia un par de días, guiado por su espíritu aventurero, había aterrizado en el pequeño condado de Eamonn e interceptado por el gobernador, Ryan, un joven un poco más chico que él de ideas un tanto novedosas que escandalizaban a sus súbditos. Este jovenzuelo lo puso al tanto de los problemas que estaban asolando la región, un grupo de elfos rebeldes, que por alguna extraña razón insistían en llamarse "el clan de las hojas blancas", estaban aterrorizando a los viajeros y cometiendo múltiples actos de vandalismo en aquel lugar. Abandonaban el bosque, su refugio, por las noches y se metían en los pueblos cercanos para matar al ganado, robar la comida de los almacenes ,herir y violar a las mujeres e innumerables cosas más. Por esas situaciones, Ryam le pidió, un tanto desesperado que intercediera y que intentara, en su papel de interprete y mediador, hablar con los elfos para conseguir un acuerdo de paz, todo esto le pidió, asegurándole que al finalizar aquel trabajo le daría una muy buena paga tuviera el resultado que tuviera. Paz, eso fue lo que motivó al albino a aceptar aquel intrincado trabajo, no tanto por la paga, que dicho sea de paso era realmente muy generosa y pecaba de exageración a los ojos del hechicero, sino más bien llevar la neutralidad en aquel territorio. Al fin y al cabo ¿Para qué estaban los druidas y dryades sino? Si, ese era el trabajo que tenia que encargarse, llevar la estabilidad entre clanes y seres de Eireann, para eso es que estaban. No debía, no podía negarse a aquel pedido, el gobernador al escuchar sus palabras, le besó los nudillos entre bochornosas lagrimas de gratitud.

Así pues, es que se encontraba allí, caminando casi a tientas por un sendero casi invisible entre los arboles de coníferas, con su mascara puesta, aunque no la necesitaba, siendo que los mismos soldados no lo veían, pero el sol, que se filtraba entre las ramas de aquel profundo bosque, lo dejaban casi ciego.

Intentaba mantener el paso con sigilo y a la vez que debía mantener a raya a aquellos hombres que solo estaban deseando meterles una flecha entre ceja y ceja a los elfos revoltosos que tantas injurias les habían dado. Sus oídos se agudizaban cada vez más, a medida que se iba adentrando en el lugar, podía sentir el murmullo tenue de las hojas de los arboles mecidas por el viento, como así también podía hasta ver en su mente una corte de sombras siguiéndolos, agazapados entre las copas de aquellas coníferas. Por eso la pudo ver antes de que se apareciera. La flecha de pluma roja atravesó el aire en el momento en el que él se paró en seco indicándole con gestos de sus manos a los demás que se quedaran quietos. La flecha pasó como un rayo a escaso medio milímetro de su rostro, sobresaltando de impresión y vértigo a los demás pero el afectado ni se inmutó. Sintió como los hombres desobedecían su orden de permanecer quietos y comenzaban a apuntar sus arcos en distintas direcciones, Lugh, levantó la cara hacia la copa de los arboles y habló por primera vez en que aquellos soldados estuvieran a su cargo. Su voz, sonó apacible, calmada, casi como un susurro, pero firme, con la fuerza y firmeza de una orden.

—Bajad sus armas, estamos aquí para traer la paz, no para hacer una guerra. Bajad las armas ahora.— Dijo sin darse la vuelta y sin levantar la voz, pero en su actitud demostraba un profundo fastidio por tener que repetir las cosas.

Aunque la figura de aquel albino no suponía una autoridad peligrosa, ni mucho menos generaba miedo en aquellos hombres, ninguno osó a contradecirlo. Un tanto consternados bajaron sus armas, como él les había pedido y se dispusieron a esperar alguna orden de aquel extraño ser humano. El hechicero bajó la cabeza y asintió para que ellos vieran que los felicitaba por su obediencia, como si de unos chiquillos malcriados se tratase.

—Vosotros quedáis quietos, no debéis hacer ruido.— Les ordenó con profunda calma y lentitud a sus hombres, mientras se daba la vuelta para verlos a la cara.

Satisfecho de que ninguno de aquella corte de lanceros y arqueros estaba dispuesto a desobedecer sus ordenes, sonrió y volvió a erguir su cabeza hacia los arboles alzando sus brazos con su báculo en una mano, buscando con la mirada el lugar de donde provenían aquellos murmullos. Lo encontró a su izquierda, suspiró y con una voz solemne, como un ruego comenzó a hablar a aquellos seres.

—Yo, Lugh O'Brian, druida albino, hijo de Ariadnae.— comenzó hablando el albino en la antigua lengua de los elfos, aquella que sonaba como la suya pero más melodiosa como un suave silbido — He venido con esta comitiva en paz, trayendo para ustedes un mensaje del gobernador de Eamonn.

Se interrumpió unos segundos, intentando escuchar algo, lo que sea que le predijera si esto iba a buen puerto. Nada, solo silencio y el suave movimiento de las hojas mecidas por el viento. Suspiró. Tendría que arriesgarse.

—Por favor, no pido nada, solo que nos lleven ante el líder para darle el mensaje.— concluyó su pequeño monologo y esperó ante la respuestas de los rebeldes.

Esta respuesta no se hizo esperar, a los segundos en lo que Lugh había terminado de hablar, los elfos que se encontraban en la copa de los arboles, comenzaron a reírse e insultarlo en su idioma, provocando al druida, mas el albino no se inmutó, esperó en silencio, pacientemente hasta que aquellas criaturas terminaran su espectáculo. Pero no se callaron, sino que además una multitud de flechas surcó el aire en dirección a los humanos.

Lugh, con un movimiento de su mano creó un campo de fuerza para protegerse y proteger a los soldados que allí estaban. Intentó detener a los hombres, que ya estaban tensando los arcos y apuntando a ciegas hacia los arboles, pero fue inútil, antes que llegara a dar la orden de bajar las armas estos ya habían disparado.

《Con un demonio...》

Pensó Lught al ver que todo su plan se perdió  en cuestión de segundos.

El Druida, Hijo De AriadnaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora