Silencio. Fue lo único que sucedió a mi confesión durante unos instantes hasta que uno de los dos fue lo suficientemente valiente como para volver a abrir la boca.
-Sinceramente, no puedo decir que te entiendo porque no es así...-empezó a hablar, atrayéndome cada vez más hacia él.- pero no por eso tienes que estar sola.-sonrió tímidamente.
Aquello hizo que por un momento pensase que las cosas podían ir a mejor.
-Ah, y ya que estamos haciendo confesiones...-siguió hablando- y déjame acabar la frase...-me advirtió con tono de regaño.-la chica con la que me viste el otro día era mi hermana mayor.
Ante aquellas palabras me vino un cúmulo de pensamientos y sensaciones.
-Entonces...-por fin fui valiente y empecé a hablar.- ¿cuando me dijiste la primera vez que era un pasatiempo...?-mi mente estaba en un laberinto.
-Y lo es, lo es.-reafirmó sus palabras.- Es mi pasatiempo el chincharla y hacerla rabiar.-confesó con una risa nerviosa.
Mis sentimientos volvían a ser un caos. La poca estabilidad que había encontrado hace solo unos segundos la había perdido en alguna parte del camino. Poco a poco me alejé de él. Lentamente.
-¿He dicho algo malo?-se asustó al ver aquel movimiento negativo por mi parte.
-No, es solo que...-antes de acabar la frase, una pequeña risa nerviosa emergió. Me sentía estúpida. Ignorante. Una niña pequeña que empieza a conocer mundo.- Bueno, yo...
Para cuándo quería acabar la frase, el cerrojo sonó. De detrás de la puerta surgió mi familia.
-Hala, ya estamos aquí, hija. ¿Nos has echado de menos?-Mi madre nada más entrar no dejaba de hablar ni un momento.
Aunque repararon en la figura de Haruma, para mi fortuna no hicieron comentarios de ningún tipo -por el momento-.
-Bueno, echaros de menos no sería la palabra...-empecé a decir.- Más bien me he sentido... sola.-terminaba la frase lanzándole una mirada cómplice a aquel sentado a mi lado. Cómplice, pero llena de miedo y tristeza.
-Pero si estaba Haruma para hacerte compañía, ¿no?-siguió mi hermano con tono juguetón, intentando sacarme de quicio.
-Que va, si en realidad hace poco que ha llegado. Y creo que ya tiene que irse, ¿no?-pregunté, mirándole con pena.
-Sí, sí. Es mejor que me vaya que tengo cosas que hacer y eso...-dijo saliendo al paso como pudo, sacándose cualquier excusa de la manga.
Mientras le acompañaba a su puerta, aquel camino de escasos 10 metros nunca se me hizo tan largo como ese día. Poco antes de abrir la puerta una sensación extraña me invadió, como si no quisiese separarme de él por el momento.
-Bueno, hasta otra. Espero llegar en el momento justo esta vez.-se despidió con una risa nerviosa.
En aquel momento ni siquiera pensé. Mi cerebro automáticamente hizo que, antes de que se cerrase aquella puerta que había entre nosotros, mi mano agarrase su muñeca con fuerza. Mucha fuerza. Una fuerza que no sabía ni que tenía. Lo único que pudo hacer él fue mirarme con asombro hasta que se atrevió a articular palabra.
-¿Quieres... quedarte? Aunque solo sea un rato...-se compadeció. Yo no pude hacer nada salvo asentir levemente antes de atravesar la puerta.
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Una Vida Cambiante
RomanceUna chica española en Tokio se puede encontrar con cosas sorprendentes, y más si su vecino es un tanto enigmático.