El reloj marca las doce la madrugada en punto, el día ha iniciado oficialmente. Me despedí de mis padres al rededor de las diez de la noche pero la realidad era que no había podido dormir desde entonces. Hoy es un día importante y no lo estoy considerando importante por el verdadero motivo, o motivo principal que debería, sino porque hoy estará en mi ciudad, por primera vez, mi güero precioso. Estamos respirando el mismo maldito aire. Tan cerca y tan lejos a la vez. El corazón me palpita rápidamente, tanto que siento que en cualquier momento puedo desmayarme.
No es como que vaya a verlo, ni mucho menos. Es el simple hecho de saber que por un día, por un momento, él supo de mi ciudad. Estuvo entre nosotros y tuve una posibilidad de conocerlo. Por un instante su lejanía no se sentiría tan inmensa. Y precisamente por la triste razón de que no asistiría a su concierto, me empeñé en cambiar mi descanso y trabajar hoy; claramente no había contado con quedarme al cierre, pero eso ya venía incluido en el paquete, supongo.
Revisando entre las fotografías y notas de la llegada de Niall al aeropuerto fue que me quedé dormida, no me di cuenta de la hora, pero había sido bastante tarde. Cuando me desperté el reloj marcaba las once de la mañana, era la primera vez en meses que me levantaba tarde entre semana y se sentía bastante bien. Al menos el día, mi día, no estaba empezando tan mal. Incluso aunque no fuera a estar presente en su presentación quise sentirme ad hoc y me puse mi playera negra con su logo en el centro, una N y una H superpuesta en letras rojas.
Para cuando bajé a la cocina mis papás ya se habían ido a sus trabajos. Revisé Facebook rápidamente y contesté las solitarias publicaciones que llevaba, al menos iban más que el año pasado. Abrí el refrigerador y encontré una tarta con crema batida y fresas, y encima una nota que decía: disfruta este día, es único y es tuyo...con amor, papá y mamá. Tomé un pedazo y lo desayuné con un café helado. Nota mental, no llegar tan tarde para alcanzar a comer otro pedazo con ellos.
El trayecto de mi casa al trabajo pareció como un suspiro.
—Eh muchacha, llegas una hora antes ¿Te caíste de la cama? —Preguntó Roberto desde la cocina— ven a decirme si la sopa me quedó salada.
Llegué demasiado temprano y fue simple casualidad. El camión pasó de manera inmediata y no hizo caso de ninguna señalización. Así que cuando regularmente hago una hora de camino, hoy hice solamente 25 minutos. Recogí mi cabello en una coleta y entré a la cocina con Roberto, era el cambio de menú, ya iban los platillos fuertes. Probé la sopa y no estaba para nada salada, la milanesa de pollo se veía muy apetecible y las patatas estaban en su punto. Me senté un rato en el comedor y de nuevo, para matar esta angustia, revisé las redes sociales. No había fotos de Niall por ningún lado; aseguraban que ya estaba en Monterrey desde las primeras horas del día, pero no había salido de su hotel para nada.
—Hola buenas tardes soy Cynthia ¿Puedo tomar su orden?
La pareja de la mesa del fondo tardó en decidirse por un platillo casi diez minutos y me hicieron explicarles unos seis platillos de la casa. Repetí las palabras: sopa, cocido y tostado casi en todas las oraciones en diversas ocasiones. Así fue la tónica del día, la mayoría eran comensales que no habían venido anteriormente por lo que les costaba elegir una comida. Silvia me relevó cerca de las cinco de la tarde, me dolían los pies horrores. El turno de la tarde es el peor. Ahora lo comprobaba. En la mañana era más tranquilo y siempre era lo mismo: huevos estrellados, jamón o tortitas y café.
Pero eso había servido para pasar por alto que nadie parecía recordar qué día era hoy. Y eso que había una pizarra grande que avisaba de todo.
—No vamos a darnos abasto ¿Debemos abrir el área de la terraza? —escuché a Gerry preguntándole a Roberto.
Gerry era el jefe, era el de la última palabra, pero era Roberto quien le daba el visto bueno a cualquier acción o decisión.
—Hay cerca de quince personas esperando mesa allá afuera. Y según mis cuentas, no hay ninguna que vaya a desocuparse pronto.
—Bien, abriré el área de la terraza. Demonios, sólo espero que no llueva, no mandé arreglar los toldos.
Me ofrecí amablemente a limpiar la terraza y habilitar las mesas y sillas. Lo hice de corazón, no porque eso significaba un momento de paz y tranquilidad sin andar para arriba y para abajo con charolas y pedidos. No era un espacio muy amplio pero si nos iba a sacar de problemas por el día de hoy, incluso encendí las extensiones de foquitos que le daba un toque romántico. Normalmente los días concurridos eran el fin de semana, y hoy viernes era un día sumamente fuerte. Gerry me asignó las mesas de la terraza, cosa que me aterrorizó porque eso significaba subir con la charola por las escaleras, pero tomé el reto. Por suerte la mayoría fueron batidos, pastelitos y postres. Nada complicado.
—Creo que pediré un café helado y una crepa dulce de plátano con nutella por favor.
Esta chica en especial me había caído bien. Con su cabello pelirojo y su aura transparente, claro además de que registré en ella unas pulseras de goma de 1D en diferentes colores. Las que te regalaban en la compra de MITAM. Lo sabía porque yo también las tenía, pero por ahora sólo utilizaba la de Niall. Pedí en la cocina que le pusieran más plátano de lo normal y más nutella de la normal. Cuando subí a dejarle su pedido ella se encontraba viendo un directo de la salida del rubio hacia el auditorio donde se presentaría. No me di cuenta pero terminé viendo el video con ella. Ella pareció no molestarse.
Ambas soltamos un gritito cuando la melena castaña de Niall asomó por la camioneta.
—Creo que en cualquier momento voy a desmayarme —exclamó ella con efusividad—esperé tanto por este día. Guardé todas mis mesadas e incluso me ofrecí para forrar libretas cobrando una módica cantidad.
¡Guau! Jamás pensé en eso.
— ¿Irás también al concierto?
—Oh, yo... no, no alcancé boleto. Además mi trabajo como mesera me lo impide.
Un silencio se apoderó de la terraza. Me sentía extraña, nerviosa.
—Bueno no te preocupes, sé que aún nos queda vida. Ya vendrá de nuevo, lo verás.
Mis labios se torcieron. Por un instante me puse a la defensiva. No necesitaba compasión.
—Sí, ya veremos qué pasa. ¿Puedo traerte algo más?
—Oye no me lo tomes a mal —se encogió de hombros— Sólo digo que si quieres algo debes pedirlo con todas tus fuerzas, muy alto, con tantas ganas que el mundo entero te escuche. Dicen que los días especiales son buenos para pedir grandes cosas.
Me guiñó un ojo y yo sólo asentí en su dirección.
Regresé a la cocina y me puse al corriente con dos pedidos más. En media hora tendría mi hora de comida y por fin podría descansar un poco. Me dolían demasiado las piernas. Hacía un buen rato que ya no había visto a Silvia, quizá ya había terminado su turno. Para cuando regresé a la terraza descubrí que la gente ya había disminuido, quizá ya tendríamos que cerrar el área. Me acerqué a la barandilla y me detuve un momento a observar el panorama, la arquitectura de las calles, los adoquines, las construcciones antiguas y coloridas. El centro de Monterrey era una maravilla.
—Gracias por todo—me asustó una voz conocida— estuvo muy rico.
—De nada qué bueno que te gustó — ¿Qué más podía decir?
—Eres Cyn ¿Verdad?... la Cyn de la pizarra —preguntó con una sonrisa larga yo sólo moví mi cabeza arriba y abajo— Hoy es tu día especial... quizá debas pedirlo en voz alta.
