No todo en la semana había ido como me hubiera gustado, pero por fin había terminado. Por fin podía hoy despertar hasta tarde y volver a mis hábitos sedentarios de siempre. Salir al baño, comer algo y regresarme a mi habitación para mantenerme en cautiverio el mayor tiempo posible. No era que no me gustara convivir con mis papás, pero siempre revoloteaban sobre los mismos temas y eso me provocaba una jaqueca horrible. Empezaban de manera sutil y poco a poco iban atosigándome con sus cuestionamientos sobre mi futuro y sobre mis deseos de superación. Y no se diga cuando mi mamá empezaba a hablar de mi hermano y su familia. Pronto volteaba a verme a mí y decía solemnemente:
—Cynthia, tú eres la mayor y ni siquiera tienes una pareja. ¿No piensas casarte algún día? ¿No nos darás nietos a tu padre y a mí? El tiempo se va, la vida no espera...
Y de pronto se abre la puerta de mi habitación y la imitación de mi madre se ve interrumpida debido a que caigo al suelo y mi rodilla golpea con el frío concreto.
¡Demonios!
— ¡Carajo!—exclamo en voz alta, más alta de lo que quisiera— me has asustado. ¿No se supone que quedamos en que tocarías la puerta antes de entrar?
Ya habíamos atravesado esto, antes entraba a mi habitación a la hora que quisiera y eso cortaba mi privacidad. Pensé que ya lo tenía claro. En lugar de nada, simplemente soltó una risotada enorme, provocando que mi ira se incrementara. Me ayudó a ponerme en pie y me vio con mirada conciliadora. Ahora comenzaba a avergonzarme por haberla estado arremedando. ¿Cuánto tiempo estuvo detrás de la puerta antes de entrar? ¿Me habrá escuchado? Dios, ahora estaba invadida por la duda y la vergüenza. No sabía si preguntarle así que solamente fingí extender las sábanas de mi cama.
—Tu papá se preguntaba si querías ver el partido —preguntó tranquilamente. Mi papá era fanático de las águilas del América, y yo también, honestamente no sabía por qué. Pero nunca crucé más allá del fanatismo. No entendía nada de fútbol.
Hice cara de fuchi.
—Paso, sabes que no entiendo nada. Además, quería terminar de recoger mi habitación y guardar algunas cosas.
De pronto sus manos tomaron algunos posters que tenía sobre la mesita de noche, mis posters, los que alcanzaba a rescatar de revistas para adolescentes. La mayoría de One Direction. Instintivamente corrí hacia ella y los tomé, no los arrebaté, simplemente los retiré de su alcance. Rasqué mi barbilla y me encogí de hombros mientras abría el cajón y los lanzaba dentro. Un mechón cayó sobre mi rostro pero lo aparté rápidamente. No me había dado cuenta que estaba sudando. ¿Pero qué demonios?
— ¿Ya no quieres eso? —preguntó refiriéndose a mis posters.
—Si claro ¿Por qué no?
—Pues los quitaste de la pared —explicó— llevaban mucho tiempo ahí.
Seguí su mirada hacia la pared y veía claramente los recuadros formados en el muro donde se encontraban los posters anteriormente. Vaya que si llevaban mucho tiempo ahí. La verdad no podía explicar el por qué los quité. Quizá fue en uno de mis arranques de intento de madurez, y valentía. Quería demostrar a todo mundo que los había superado y que era una mujer normal que no va por la vida rogándole a chuyito por que alguno de estos batos me diera follow en Twitter. También quería demostrarles a mis padres que estaba poniendo de mi parte para actuar de la manera en que ellos quisieran.
—Sí, lo sé. Fue sólo que se estaban despegando unas orillas. No quería que se maltrataran. Es todo.
—Bueno, por lo visto todas tus pertenencias más preciadas corren peligro de maltratarse ¿No?
Mordí mi labio y coloqué mi mano sobre la caja de cartón donde tenía mis discos y más recortes. No quería dar explicaciones.
—En fin, si quieres acompañarnos en la sala. Eres bienvenida.
Depositó un beso en mi frente y salió de mi habitación. No quería bajar a ver un partido de fútbol, no iba a entender de todos modos. Pero luego estaba la culpabilidad, pasaba toda la semana fuera de casa y no les podía dedicar mucho tiempo, y hoy que tenía libre, y me refiero a en verdad libre, porque no tenía otros planes, ni amigos para salir, ni pareja para pasar el tiempo, no quería estar conviviendo con ellos. De verdad me sentía muy mal por eso.
De manera pesada bajé las escaleras y me senté como no queriendo la cosa a un lado de mi papá en el sillón. Noté la sonrisa de orgullo de mi madre pero decidí ignorarla. El partido ya había comenzado, y al parecer se había marcado un penal en contra. Mi padre estaba encrispado y de su boca salían palabrotas que en otra situación jamás le escucharía decir. Le dio un trago a su cerveza y miró fijamente la pantalla, deseando que con sus ojos pudiera desviar el balón. Y lo hizo. El jugador del equipo contrario envió el balón hasta las gradas. Me dio un beso en la sien y aplaudió en repetidas ocasiones.
Al medio tiempo me paré a la cocina y me preparé un sándwich con algo de papas, y tomé una fruta. Mi papá aprovechó para ir al baño y mi mamá salió a platicar con una vecina. Tenía ganas de subirme a la habitación para seguir con lo que estaba haciendo. Despedirme de mis cosas. Pero repentinamente mamá entró a la casa muy emocionada y me veía de manera sospechosa. Di una mordida al gajo de naranja y desvié mi mirada de su persona. Ahora qué mosca le habrá picado.
No tardé mucho tiempo en inventarme una excusa y despedirme de mis padres para subir a mi habitación a seguir haciendo nada. Mamá insistió un poco para que me quedara más tiempo, sin embargo me sentí auxiliada cuando mi papá comentó que ellos también deberían dormir un poco. Al subir a mi habitación sentí una nostalgia inmensa al ver las paredes blancas, únicamente rastros de que ahí se encontraron alguna vez mis cuadros y fotos de los chicos. Apagué el foco y me lancé directamente a mi cama, imaginando un mundo diferente, un mundo donde yo era más valiente. Coloqué los audífonos en mis oídos y cerré los ojos, dejé que esa noche sus voces me arrullaran para dormir.
