CAPÍTULO VIII

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Normalmente teníael pensamiento de que mientras más quieras algo menos debes decirlo,así el mundo no conspira contra ti. Mientras menos personas sepantus planes más fáciles será realizarlos. Pero lo que dijo la chicapeliroja no sonaba tan descabellado, mejor dicho sonaba bastantecoherente. Mamá decía que al que no habla Dios no lo oye. Ycreía que quizá en esta ocasión debería hacer un cambio, dejar demanejarme en el silencio y comenzar a expresar mis deseos en vozalta. Hacerme oír. Hacerme notar.

Cuando por fin semedio vació el lugar ya había reunido el valor suficiente parahacerlo.

— ¡Quiero cumplirmis sueños! —Me subí al barandal de la terraza y llené mispulmones de aire— ¡Quiero conocer a mi güero! ¡Quiero conocer alos 1D! Primero a mi güero claro. ¡Quiero ser más valiente!

Se sentíaverdaderamente bien. Mientras lo decía en voz alta más me lo creía.

—Quiero dejar desentirme menos y tener más coraje y valentía para defenderme.

Mis pies colocados aambos lados de la barandilla, sólo me sostenía con una mano de labarda mientras la otra se abría al mundo. Me sentía como Jack yRose en el Titanic, mientras surcaban el atlántico a mitad de lanoche.

—Oh carajo. Vas acaerte de ahí y no creo que me encuentre en condiciones de ser unhéroe.

Mi cuerpo se tensóinmediatamente. ¿Me estaba volviendo loca? No quise girarme porqueme dio miedo lo que podía encontrar. No podía ser posible, esa voz.Definitivamente lo imaginé, no hay nadie más aquí.

— ¿Vas a bajar deahí o necesitas ayuda? —preguntó esa voz cantarina y dulce.

Bajé un pielentamente y me sostuve de la barandilla ahora con ambas manos parapoder regresar al suelo. Pero mi curiosidad ganó... volteé haciaatrás porque quería comprobarme que en verdad si me estabavolviendo loca. Sin embargo lo vi. Yo no estaba sola. Ahí, cerca dela puerta, se encontraba él. Con sus manos dentro de los bolsillosde su pantalón negro y un suéter del mismo color con capucha.¡Madre santa! Chuyito si es una broma... por favor que no sea unabroma. ¿Es una broma?

Cuando estuve denuevo en tierra me sentí inmóvil. Lo tenía a escasos metros yseguía sin creérmelo, de verdad estaba pasando. Mi respiración sealteró al instante y mis manos comenzaron a sudarme ¡Demonios! Memantuve como una piedra porque honestamente no sabría cómoreaccionar. ¿Pero qué hacía aquí? ¿Por qué de todo en el mundoestaría aquí? Espera... ¿Qué hora era... y el concierto?Rápidamente giré sobre mis talones y enfrenté mi más grande deseoconvertido en realidad.

Pero antes de quepudiera hacer o decir nada fui interrumpida.

—Aquí estásCynthia. Llevo buscándote un buen rato —habló Gerry casi en unsusurro— Vez a ese chico de allá —seguí su dedo y descubrí queel castaño ya se había colocado en la mesa alta de la esquina— nosé cómo demonios lo permití pero tenía que esconderse en un lugary aquí está. Así que ahora, hazme el bendito favor de atenderlo ymantenerlo en el anonimato.

Gerry se veíafrustrado, para nada emocionado. Cómo no. Quería preguntarle dequién se estaba escondiendo pero cuando bufó sonoramente mearrepentí y decidí no hablar más.

—Hay escoltas porfuera. Y creo que nadie logró ver que entró aquí pero de todosmodos, el área de terraza se encuentra inaccesible para todos. Nadiedebe subir aquí más que tú ¿Correcto?

Él y yo aquíarriba. Solos. Con foquitos románticos y el aire soplando de fondo.

—Tierra llamando aCynthia —la mano de mi jefe se movió frente a mi rostro— puedescon esto o llamo a Roberto.

Fue algo en su tonolo que encendió mi interruptor. Claro que podía.

—Sí, no tepreocupes. Yo lo tengo controlado.

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