Tiempo en la Arena

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- Tu padre ha vuelto a criticar duramente tu comportamiento. –la voz de la mujer resonó ligeramente, amortiguada por las alfombras que recubrían suavemente el suelo y las paredes- Todo el mundo sabe que no has escogido esposa y en ninguna de tus mujeres has dejado tu semilla.

Él sonrió de costado, fingiendo estar mucho más entretenido por el dulce dátil que tenía entre sus dedos. La pequeña fruta, de tono oscuro, estaba húmeda gracias al almíbar de la fuente sobre la mesa.

- La gente ya está sospechando que prefieres la compañía masculina. –continuó su madre, dando un golpe enfático contra la mesa.

Él levantó la mirada y enmarcó su ceja. El delicado fruto casi resbaló de sus dedos, así que lo llevó hacia sus labios, atrapándolo entre sus dientes. El dulce almíbar cayó por entre sus labios hasta estimular su lengua. Sin importarle la furiosa mirada de su madre, él comió la suave fruta, lamió el almíbar de sus dedos y luego dejó la semilla a un lado del plato. Esa era una buena analogía ¿No? Saboreaba, jugaba, lamía, pero al final, dejaba aquello que daría una nueva vida muy lejos del lugar correcto.

- Las Haseki Sultan hablan a mis espaldas. –comentó amargamente la mujer, su largo cabello castaño caía sobre su afilado rostro de facciones peligrosas, la boca abundante se apretó con frustración- Ya están animando a sus hijos porque creen que uno podría ser el próximo heredero y reemplazarte.

- ¿Las Haseki Sultan? –preguntó, sonriendo de costado en una risa contenida- Madre, las otras esposas de mi padre no tienen voz ni voto. Si crees que están irrespetándote, a ti, Baš Haseki, primera esposa y desde la muerte de mi abuela, la Sultana Valide, tienes todo el poder que quieras. –se encogió de hombros, despreocupado- Envenénalas, confínalas, asesínalas. Bien se sabe que mi padre no te dirá nada. Ya está cansado de ellas. Solo escoge unas concubinas dóciles que sigan tu mando y sustitúyelas.

- ¿Y se supone que debo cuidar de los otros candidatos a robar tu lugar? Sin ellas, me volveré madre de esos caprichosos y débiles de carácter ¿Te imaginas? –la mujer soltó una risa divertida, relajando su postura.

A pesar de su edad, su madre tenía la energía del desierto mismo, sus ojos verdes resplandecían en su acanelada piel, sus rasgos tan bien delineados y fuertes habían llamado la atención de su padre desde que la vio casualmente en el harem. Todo el mundo sabía la historia de la odalisca de origen gitano que había enamorado al sultán y este no solo la había ascendido a concubina, sino que se había casado con esta. La primera mujer del sultán, la ama y señora del harem cuando su abuela falleció, había sido una simple sirvienta de buenas costumbres, una odalisca.

Su madre era increíblemente astuta, así que sus lamentos eran puro teatro.

- ¿Es por eso que has venido a mi hogar? ¿Te has puesto a escuchar a mis odaliscas, sirvientas y esclavas a ver qué chisme podían darte? –preguntó Scott, jugando distraídamente con la semilla del dátil que había saboreado segundos atrás.

- Admito que he venido para saber qué ocurría. –la mujer se levantó, resuelta- Además, como tu madre, es mi obligación vigilar tu harem. El hecho de que vivas por tu cuenta no disminuye mis obligaciones. –enmarcó una de sus finas cejas negras- A lo mucho, las complica.

- ¿Y qué has planeado...? Porque eres una serpiente, madre. –Scott también la imitó, apoyando sus pies descalzos en la alfombra y se enderezó- No estarías haciendo el rol de estricta madre si no tuviese ya la solución.

La mujer sonrió, astutamente, su fina figura se entrevía entre las ricas telas del largo vestido, llevaba tobilleras que hacían resonar su caminar y como pocas veces tenía el cabello a la vista, sin usar uno de los velos verdes que tanto resaltaban su mirada. Scott apenas cruzaba palabras con su madre, había sido criado por las mujeres del harem, como era tradicional, también había sido apartado de estas cuando llegó a cierta edad y rara vez se le permitía estar cerca de las mujeres de su padre, aun cuando se trataba de su propia madre. Pero cuando llegó a la edad de dar herederos había obtenido su propio harem y su madre se había vuelto una figura vigilante, esperando su descendencia.

Cazando lo Desconocido [Cacería] «Hey Arnold!»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora