Ataduras de seda

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Nota: Esta historia fue escrita en el 2016 en otra plataforma

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Nota: Esta historia fue escrita en el 2016 en otra plataforma. Como autora original quise compartirlo aquí. 

Un delicioso camisón hecho de dos mil hilos egipcios, perfumado con las esencias hindús más fragantes y a la última moda parisina.

Realmente hacía frío ahí, su piel se erizó y sus huesos parecían a punto de romperse por tanto temblar.

Una refinada copa de vino espumoso y un delicioso postre flameado echo de cerezas y chocolate.

Maldita sea... tenía tanta sed y su estómago estaba a punto de comerse a sí misma.

La puerta se abrió.

Helga levantó la mirada, salvaje, con el mentón en alto, lista para desafiar a cualquiera. El refugio de sus fantasías desapareció al instante y su pose no mostró ni un solo atisbo de debilidad.

- Oh, mi pequeña, pequeña hermanita. –Olga entró en la habitación rápidamente y la abrazó con fuerza contra su pecho.

La joven no luchó, se dejó acariciar, ligeramente resignada. Otra vez estaba a salvo, sabía que en pocos segundos saldría del cuarto de confinamiento.

- Te he dicho tantas veces que debes aprender a comportarte. –regañó Olga, tomándola del rostro- No siempre podré convencer a Doug de que te perdone.

- No necesito su perdón. –Helga gruñó, apartando la mirada- Él no es mi dueño.

- Bebita...

- ¡No me llames así! –se levantó de golpe de la cama dura y se cruzó de brazos- Ya soy mayor de edad, me pertenezco a mí misma. Doug LeSham no es mi dueño. Ni el tuyo. Él no puede poseernos. No somos objetos.

- Mi rebelde hermanita... -Olga se levantó, calmada y acarició el perfil de su rostro, con un toque maternal.

El único toque maternal y familiar que Helga conocía. La idea siempre había sido dolorosa, aunque nunca pudiese decirlo en voz alta.

- Él nos salvó de la calle. –le recordó Olga- No hubiésemos durado demasiado tiempo por nuestra cuenta. Sin papeles, sin una Casa que nos proteja, hubiésemos muerto de hambre o algo mil veces peor.

Helga apartó la mirada. No le importaba que el mundo funcionara bajo el poder de los Nobles y se distribuyera en cuenta gotas los privilegios en aquellas familias que trabajaban para ellos, bajo su protección. No era justo. Porque a los huérfanos, como su hermana y ella, no podían conseguir trabajo, ni cobijo, estaban desprotegidas, sin derechos ni leyes que las ampararas. No era justo porque ellas no habían decidido ser huérfanas. No era su culpa haber nacido de esa manera. Si, cuando Doug las encontró, fue una suerte. Helga aun recordaba, a pesar de su corta edad en ese entonces, que después de las dulces palabras de un joven Doug, se encontró en esa enorme casa y la deliciosa avena caliente con trocitos de pera le supo a gloria y el baño caliente fue el cielo mismo.

Cazando lo Desconocido [Cacería] «Hey Arnold!»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora