A investigar

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Fernán se sentía cansado porque había estado toda la noche fantaseando sobre la joven de la charca; y no se había acordado de que le habían castigado a recoger verduras con su padre. Su padre lo había levantado antes de que saliera el sol e incluso antes de que el gallo hubiese cantado; aunque fuese por la mañana e hiciese fresco, con la llegada del sol el trabajar se hizo aún más pesado y agotador. Cuando terminaron de recoger todas las verduras y las frutas de temporada, ya era tarde para ir a ver a la joven pero no se olvidó de ponerle un mensaje en el poste de la señal para quedar al día siguiente a la misma hora a la que habían quedado ese día. La cena no era otra cosa que algunas de las verduras que habían cogido a padre y él durante la mañana, no sabía por qué, pero sabían diferente, como a esfuerzo y recompensa merecida. Tras la cena, salió un rato a fuera de la casa para descansar y pensar en lo que haría al día siguiente junto a su familia por el día y con la joven por la tarde, se veían muchísimas estrellas, más que las que había visto en cualquier noche de su vida; era como si el cielo se hubiera despertado después de un largo tiempo sin poder levantarse y disfrutar de las vistas desde lo alto.
Mientras estaba en sus ensoñaciones, no podía concebir los grandes cambios que podría llegar a hacer sólo con mover un dedo o romper una rama de un árbol.
Fernán se quedó fuera de la casa toda la noche, tumbado en un pequeño lecho de paja y heno para los caballos y los pocos animales que tenían en el diminuto granero; desde allí podía observar a cualquier cosa o persona que viniese o se fuera del terreno de sus padres por el estrecho camino de tierra y piedras que llevaba a la ciudad condal. Aunque él no había ido a la ciudad, sabía que era más grande que un bosque y con más gente incluso que árboles. Había oído decir que la ciudad era como el cielo por la noche, con multitud de puntitos destellantes, grupos de algo parecido al polvo que se remueve en un caldero con agua caliente.
Sólo podía pensar en qué intentaría para poder irse a la ciudad, ya que sus padres no iban a dejarle salir de sus tierras; y aún menos el conde que los hacía trabajar durante todos los días del año. Él siempre se iba al borde del terreno del conde que cultivaba la familia de Fernán y los poquísimos vecinos que tenían en los alrededores de su casa y cultivos. Estos tenían hijos de la edad de Fernán y de sus hermanos, pero no le caían bien a Fernán, ya que no compartían su interés por todo lo que desconocía y quería saber; salvo una antigua vecina de su edad, que sí compartía algunos de sus gustos y debatían sobre lo que creían real o no, lo que había en el bosque, en las ciudades o lo que harían cuando fueran mayores. Pero la vecina se esfumó misteriosamente hacía mucho tiempo, no le gustaba pensar en eso, le traía recuerdos que quería olvidar, que lo habían hecho como era; desconfiado, curioso, introspectivo y apartado de grandes grupos de personas excepto de su numerosa familia.

El bosque NO encantadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora