No se había dado cuenta de que estaba corriendo lo más que podía, pero suponía que llevaba así más de la mitad del camino, pero tenía que llegar antes de que el Sol se ocultarse por las copas de los árboles.
Llegó a la orilla en la que la vio por primera vez y allí estaba ella, encogida, abrazándose las piernas como llorando. Él avanzó un poco más, no la quería sorprender. Ella siguió en la misma posición hasta que él estuvo lo suficientemente cerca como para rozarle la espalda para tratar de disculparse, pero no levantó la cabeza.
Él quería explicarse, decirle el porqué, pero no podía, no lo entendería y aunque lo consiguiera, ¿cómo se lo tomaría ella? Agachó la cabeza y se alejó un poco de ella, sintiéndose solo, desesperado y dolido, por su culpa. Se dio la vuelta y comenzó a dar el primer paso hacia la soledad que lo había acompañado siempre. Pero justo antes de poner el pie en el suelo, ella le agarró de la muñeca, su mano era suave como el talco y estaba algo húmeda. Fernán volvió la cabeza para dirigir su mirada hacia ella, tenía finos caminos húmedos en su rostro; sus hojos llorosos estaban enrojecidos, al igual que su nariz y sus delicados labios. Se sostuvieron la mirada, como si mediante aquello se pudieran comprender sin hablar ni moverse. Sin darse cuenta, estaban ambos de pie dándose un abrazo, no como aquellos que le daban sus familiares, sino sincero, puro, lleno de amor, de sentimientos comprimidos, de una tristeza fugaz que se convierte en lágrimas que brotan del alma.
Aquello que ambos tenían no volvería a ser lo mismo, no desde aquel momento, ambos lo sabían y Fernán no permitiría que nadie la duscubriese a ella y para ello debía restringir un poco el número de visitas que le hacía. Lo que debía hacer era conseguir comunicarse oralmente con ella lo antes posible para explicarle todo, pero le llevaría mucho tiempo lograrlo. Al final se separaron y él abrió su zurrón frente a ella y empezó a sacar las cosas que dejaría allí y junto a ella las ocultó un poco en el tronco hueco de un árbol alto.
Ya se acercaba el anochecer y parecía que no llegaba a casa. El camino del bosque le había parecido más corto en la ida, pero ahora estaba cansado por haber corrido tanto para llegar a tiempo, pero ese tiempo que había pasado junto a ella, aunque corto, había sido incluso mejor que otros días en los que había estado toda la mañana. De pronto se oyó a lo lejos el crujido de una rama seca, nunca había oído nada en aquel bosque y eso lo asustó. Se ocultó tras un tronco caído y descubrió al Conde montado a caballo; nadie le acompañaba y eso sí que era extraño, por lo que aguantó la respiración y esperó, el Conde no se movía, ¿estaría buscando algo o estaba cazando? La caza no era una buena opción, ya que el bosque se oscurecía mucho al anochecer. Cuando creía que no podría aguantar más la respiración el Conde azuzó a su caballo y se fue por donde había venido. Fernán ya podía respirar tranquilo, esperó un poco más por si acaso volvía a oír algún sonido, pero como no se oyó nada durante un rato, se puso de nuevo en marcha hacia su casa, se le hacía muy tarde y tendría un castigo asegurado por llegar tarde. Pero al menos llegaría a casa y no se tendría que preocupar por nada más durante ese día.
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El bosque NO encantado
FantasyFernán es un joven solitario que vive junto a su familia en una casa en uno de los terrenos del Conde, cercano a un bosque sobre el que se cierne una maldición desde hace tiempo, o eso es lo que dice la gente...