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Fernán estaba escuchando algo agudo, algo irritante que era como un repique de campanas diminutas. Era muy molesto dado que era muy por la mañana y estaba cansado de haber recogido lentejas y patatas el día anterior. Aún así se levantó del no muy cómodo colchón de paja que había tenido durante toda su vida, al observar por la ventana se dio cuenta que no había nada que hiciera aquel extraño sonido. Se volvió a su cama y empezó a sonar otra vez, ahora sí que iba a conocer que hacía ese ruido; bajó a la planta baja de la casa para tomar su primera comida del día para coger energía y averiguar qué hacía ese infernal ruido. Salió de la casa y vio una gran nube negra que se avecinaba hacia ellos desde el enorme bosque de enfrente, el ruido también venía de allí. Fernán volvió estaba indeciso entre investigar aquel extraño ruido o quedarse en casa para no mojarse por la lluvia que estaba empezando a caer sobre su rostro y piel. Se decidió por quedarse en casa y descubrir qué pasaba en el bosque por la mañana porque su madre le gritó desde la puerta que si no entraba, no le pondría cena. Mientras estaba en su cama pensaba en las posibilidades a las que se podría enfrentar entre los árboles para evitar perderse o morir en aquel laberinto de hojas, ramas y troncos.
Al día siguiente, se levantó lo más pronto que pudo, para prepararse lo que había creído la noche anterior que necesitaba para su aventura. Cogió un zurrón en el que guardó un pequeño cuchillo, una camisa y unos pantalones por si se mojaba y comida. Salió de casa sin que nadie lo viera y se adentró en el bosque, nada más hacerlo, empezó a oír voces, cascabeles y música muy a lo lejos; intentó seguir el sonido pero era muy cambiante, resonaba por todas partes y no sabía hacia donde ir. Como de la nada, apareció un poste con varios letreros en los que aparecían símbolos puntiagudos, redondeados y otros más amorfos. Fernán se acercó para leerlos y elegir por qué camino iba, se decidió por el que tenía los símbolos más angulosos y siguió la senda hecha por las antiguas pisadas que lo condujo hasta una charca de agua clara y cristalina. Se acercó para beber agua, pero se detuvo al ver a una muchacha muy pálida, descalza, con un vestido de seda ligero, cubierta con una fina chaquetilla que dejaba ver parte de su hombro casi descubierto; además de eso, se fijó en su delgadez, su largo y brillante cabello casi blanco y sus angulosas orejas y nariz. Le resultaba hermosa y delicada, como una suave y ligera rosa blanca. Ninguno se movió en lo que pareció un eterno momento, se fueron acercando cada vez más, metiéndose dentro de la charca que en ese instante estaba brillando por la luz del sol reflejada en los cristales del fondo. Cada vez más y más cerca, hasta que se detuvieron ambos a sólo un par de centímetros. Una distancia tan pequeña y tan grande; se quedaron mirándose a los ojos, él se dio cuenta de los brillantes puntitos que tenía en su mirada, estaban incitándose sin ser capaces de actuar. Fernán empezó a levantar la mano para acariciarle la mejilla y en ese preciso instante ocurrió.

El bosque NO encantadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora