- T r e s -

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Marlee ha encontrado a alguien en su vida, ¿pueden creerlo? Un día esta en su trabajo haciendole de mamá (como todos los días) y al siguiente me anda hablando para decirme algo más que las travesuras de Sams. De verdad, deseaba que algo como esto le sucediera. Ella merece tanto ser feliz, todo lo malo en su vida no debio de sucederle a ella si no que tenía que pasarle a una persona que no le importe si su amado muera o no lo haga. Lo sé no debería desearle el mal a nadie, sin embargo hay veces en que me pregunto si yo también fui una de las desafortunadas en la vida. De las que su destino marca que tienes que sufrir, y sufrir, y sufrir.

¿A caso ustedes también se sienten así? Como si alguien estuviera detrás de nosotros tratando de que cada vez que creemos que pueda suceder un bello día decida que debe haber nubes negras con gotas de lluvia. O que cada vez que creas que tu numero de la suerte saldrá en la lotería resulta que el ultimo digito es un numero menor al que elegiste. Sí, algunos somos demasiado desafortunados. Tanto que podrías tropezarte con una piedra aunque sea un área que no tenga piedras.

Esa soy yo, causando desastres a cada minuto de cada segundo de cada maldito día. ¿Lo peor de todo? Es que lo hago enfrente de personas realmente importantes, temo por mi puesto de trabajo cada vez que ocasiono alguna tontería. Es como si tuviera un imán de problemas, o como si cada vez que respiro dijera: "¡mala suerte venga a mi!" Sin embargo, no creo que sea una enfermedad genetica o algo por el estilo, simplemente mi suerte es así.

-¡Cuidadoooo! -alcanzo a escuchar que me grita Fernán.

Llevo dos cajas en mis brazos así que el grito me hizo perder el equilibrio, trato de recomponer el peso de las cajas pero no lo logro porque topo con la persona que me dijo Fernán que tuviera cuidado.

¡ZAZ!

Mi trasero topa con el suelo con la caída, las cajas llenas de tela estan tiradas con el contenido regado.

Mierda.

-¿Por qué, Dios? -pregunto mirando al techo casi llorando fingidamente.

Fernán corre ayudarme, o creí que iba ayudarme

-Señor Cohen, lamentamos lo acaba de pasar -le dice a la otra persona afectada.

Doble mierda.

¿Dijo Cohen? Yo sigo sin apartar la mirada del techo, mis mejillas se sonrojan por la vergüenza.

¿Ven mi mala suerte? Creo que es el señor Thomas Cohen, mi jefe. Levanto la mirada pero no me topo al señor Thomas Cohen, si no a alguien mucho más joven.

Gracias a Dios, no quería ser responsable de la muerte de mi jefe.

-Disculpeme, -digo levantando las telas y metiendolas a las cajas. -mi vista estaba tapada, le juro que no podía ver

-Diana -me interrumpe Fernán.

-No era mi intención, yo sólo quería pasar. Le prometo que -me detengo porque no puedo prometer algo así.- Más bien tratare de no tumbarlo de nuevo, señor Cohen.

De pronto una carcajada, tras otra, tras otra, tras otra llena nuestros oídos. Es la risa más ronca que he oído en mi vida.

Me digno a ver al herido, descubro que es bastante alto y con bonito rostro, con unos ojos color chocolate como los de el señor Thomas Cohen. Él ríe y no puede parar.

Sonrío, quizás no me despida. De reojo veo a Fernán que esta asombrado por lo que esta pasando. También creyo que me iba a cortar la cabeza.

-Hace tanto que no me caía, creo que desde que tenía 10 años -responde riendo.

Baúl de CorazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora