Capitulo 1

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El pecado acababa de entrar en su bar y llevaba una camiseta del grupo de rock Trhee Lights.

Serena olvidó lo que le estaba diciendo a un cliente. Se olvidó de todo.

A pocos metros de ella, el hombre que la había puesto a cien ignoraba completamente el efecto que había causado en ella. Era muy alto y tenía una presencia que llamaba la atención de todo el mundo, o al menos, de todas las mujeres. Atraía la atención por su altura.

Una tira de cuero sujetaba su pelo negro en una coleta. Era un detalle muy sencillo, pero le daba un toque libertino.

Y a Serena le gustaban los vividores. Nunca había conocido a ninguno de verdad, pero le gustaba leer sobre ellos en las novelas románticas de piratas.

Un pirata, eso parecía él con aquella coleta, el aro plateado en una oreja y el aura de peligro que destilaba su cuerpo.

Tenía el rostro delgado, de rasgos clásicos, y una barba incipiente añadía algo de dureza a su mandíbula cuadrada. Esbozó una sonrisa mientras saludaba a alguien y Serena sintió que el suelo temblaba ante la fuerza de aquella sonrisa. Por no hablar de su boca, que parecía creada a propósito para besar.

Su cuerpo era una prueba viviente de la belleza de la naturaleza: hombros anchos, caderas estrechas y piernas largas enfundadas en unos vaqueros ajustados y desteñidos. Se le marcaban los músculos de los brazos por el peso de la pesada funda de guitarra que llevaba, pero él ni se daba cuenta. La elevó y se abrió camino entre las sillas y las mesas.

Se movía con elegancia, como un gato.

—Oh, sí —murmuró Serena recreándose en la vista.

De pronto se dio cuenta de que él estaba acercándose a ella. Serena parpadeó y sacudió la cabeza. Agarró un trapo que encontró a mano y se puso a secar un rastro de cerveza de la barra.

—¿Pero qué haces? —le increpó una voz femenina.

Serena casi no oyó aquellas palabras irritadas porque de pronto él estaba allí. Un antebrazo musculoso y de piel bronceada se posó sobre la barra. Serena observó sus dedos. Eran largos y muy bellos, perfectos para un guitarrista... y para un amante.

—¡Caramba! —exclamó la misma voz femenina de antes, impresionada.

Serena tragó saliva y elevó la vista registrando cada detalle de aquel cuerpo perfecto: la mano, el brazo, el torso, los hombros, el cuello... Todo era perfecto.

Y por fin, el rostro, tan bello como una estatua griega.

Serena sintió que le flaqueaban las rodillas y que el corazón se le aceleraba. Se obligó a tranquilizarse, respiró hondo un par de veces y trató de recuperar el control de sí misma. Estaba frente al hombre más impresionante que había conocido nunca, el tipo de hombre con el que las mujeres siempre soñaban encontrarse cara a cara, en lugar de verlos en las revistas o en películas. Un hombre cien por cien tentador.

Y entre ella y él sólo se interponía la barra de caoba y su determinación a convertirse en una nueva Serena Tsukino y apartarse de los «chicos malos» que tanto le gustaban.

Debería haber sabido que le iba a costar mucho mantener esa decisión. Esperaba al menos haber resistido una semana, pero sólo habían pasado tres días desde que se había hecho aquella estúpida promesa.

Desde el martes habían sucedido varios cambios bruscos, como que Minako y Lita habían decidido irse de viaje y la habían dejado sola al frente de todo. Serena no podía controlar lo que la rodeaba, pero había creído que los cambios en sí misma serían los que menos le costaría realizar.

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