Cigarro para tres.

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Nada me importa a mí,  tan sólo verte por aquí. Dime que me quieres a mí, y llévame muy lejos de ti...


El verano llegaba a su fin. La brisa característica de finales de Agosto se hacía presente, las hojas poco a poco comenzaban a caer, la gente empezaba a  cambiar sus camisetas sin mangas y pantalones cortos por algo más abrigado para horas más bajas. Era un clima ideal...  Sin embargo, había una persona que parecía no disfrutarlo.

Esa día en específico, la tarde del treinta de Agosto, mientras el viento jugaba con su pelo, una muchacha parecía contener la rabia para no explotar en plena calle. Con una negra chaqueta de cuero cubriéndole los brazos, y la espalda apoyada en la pared de aquel viejo edificio gris, mientras aspiraba el humo de aquella colilla de cigarro que sujetaba entre sus dedos.

Y pensar que hace unos meses todo era tan diferente.

La primera vez que había visto a su madre llorar, no lo pudo creer. Estaba en el piso, abrazándose a si misma, mientras los sollozos seguían escapando de sus labios. Su padre gritaba, no dejaba de gritar; la pelirroja jamás los había visto pelear más allá de tonterías, siempre por manías de su madre. En ese instante, supo de inmediato que esa vez era diferente. Que de alguna forma, era el comienzo irreversible de algo.

— Ese maldito vicio —. Murmuró Hermione al salir por la gran puerta de vidrio junto a su marido, mirándola con el ceño fruncido. La pelirroja le lanzo una mirada llena de disgusto.

—  ¿Y cuándo es que piensan decirle a Hugo sobre las terapias de pareja? —. Preguntó, ignorando a su madre, y extinguiendo la colilla contra el pavimento.

—  No debe porque enterarse de esto —. Dijo Ron, con la mirada perdida y la voz ronca, como cada vez que salían de aquella oficina.

— ¿Que no tiene por qué enterarse? ¿Me estás jodiendo, papá? ¡Claro que tiene que enterarse que su familia se está cayendo a pedazos! —. Gritó la chica explotando, con los ojos color mar centellándole en un brillo que sus padres jamás habían visto.

— Cuida esa boca —. Reprendió su madre, pero se deshizo en llanto al instante sin siquiera poder evitarlo.

— Cállate, Rose, estás haciendo llorar a tu madre —. Pidió Ron de manera autoritaria.

—  ¿Y cuántas veces la has hecho llorar tú? —. Se defendió ella, alejándose a grandes zancadas, con la figura rota de sus padres a la espalda.

La segunda pareja más famosa del mundo mágico. Trabajos soñados, hijos ideales, una familia grande, mucho dinero. "Menuda familia perfecta la que tienen" Pensaba enojada, a medida que sus pies no dejaban de avanzar. Los ojos comenzaban a picarle, la garganta a apretarse. Sabía perfectamente que en algún momento si habían sido la familia perfecta, o eso le habían echo creer, eso deseaba creer. ¿En qué minuto todo se había ido a la mierda?

Por primera vez, había algo que Rose Weasley no lograba entender.

Se sentó en una vieja banca de un parque cualquiera cuando sus pies se negaron a seguir caminando, buscó entre sus bolsillos la cajetilla con cigarros del que encendió otro más. Era un mal hábito que había aprendido de Fred, fumar cuando el estrés te superaba. Para su mala suerte, aquel había sido el verano más estresante que había tenido.

Las lágrimas empezaron a bajar por sus mejillas y sin importar cuánto se limpiara, más aparecían, así que abandono la tarea y se dejó empapar por el huracán que había dentro de ella. Sus hombros temblaban cuando empezó a sentir gotas en su cuello. Extrañada miró hacia arriba, y otra gota cayó en su nariz, a los pocos segundos esa breve llovizna se había vuelto una tormenta. Gritó de impotencia sintiendo los mechones pegarse en su cara cuando pasos interrumpieron su triste escena.

¿Con quién te vas, Rose?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora