Al revés.

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Maratón 3/3.

Éramos amigos,
y de vez en cuándo nos confundíamos ...

Como todo día lunes aprovechó que después de la hora del almuerzo tenía horario libre hasta el próximo bloque, dirigía pasos tranquilo hasta la lechucería con el fin de mandarle un detallado resumen de su vida escolar a su bisabuela: La señora Augusta, que a pesar de estar postrada en cama desde hace ya tres años aun parecía tener la vitalidad suficiente para regañar, dirigir toda una casa y enviar cartas diarias a su hermana y a él, preocupándose siempre por sus estudios, asegurándose que fuera un bisnieto igual de digno que su padre habría de ser nieto. Y a pesar de llevar un grueso gorro de lana en conjunto una bufanda igual de roja, dejando ver solamente un par de ojos castaños, apretó más sus manos convirtiéndolas en puños dentro de su chaqueta; la túnica atada hasta el cuello. Apegando los brazos a sus costados subía las escaleras trotando e intentando liberarse del frío. Contaba cada escalón que pisaba al estar totalmente convencido de que había un número diferente cada vez que las utilizaba. La lechucería se encontraba en una de las torres más altas y alejadas del castillo, del calor de la chimenea de la Sala Común y de la comodidad de su cama. También tenía unas paredes tremendamente altas, plagadas en ventanas para facilitar la entrada y salida de las lechuzas, que paseaban de un lado a otro cuando se les apetecía; un techo terminado en punta que miraba hacia un cielo surcado de imponentes nubes grises amenazando nueva tormenta de nieve. El suelo parecía una alfombra de paja y excremento, acompañado de plumas caídas y ratones muertos. Apresuró el paso y arrugó la nariz. El hedor le era completamente desagradable.

— Doscientas noventa y siete, doscientas noventa y ocho... Y... Doscientas noventa y nueve —. Finalizó, saltando el último escalón, dejando escapar un suspiró de victoria por haber llegado hasta allí arriba.

— En realidad son trescientas seis —. Escucho decir, mientras una figura salía de la sombra que provocaba la contra luz de un ventanal.

Alzó la mirada y la vio allí, como si en realidad no fuera mera casualidad, sino que su encuentro fuera totalmente intencionado, como si hubiera sido obvio que se la encontraría de pie en medio del salón menos romántico de todo el castillo y no pudo evitar recorrerla con la mirada. Con su cabellera rubia platinada llegando a su cintura terminando en unos ligeros tirabuzones que se desenrollaban elegantemente en los que más de mil veces habría de perder sus dedos; se fijó al instante en sus manos tan blancas como el papel y sus uñas perfectamente pintadas de un rojo oscuro sin ningún guante que las protegiera. Cuello al descubierto, y chaqueta abierta en los primeros botones. Sólo Dominique Weasley se daría el lujo de salir al frío mes de Noviembre de aquella manera. Sonrió de lado, con ese deje de coquetería infantil oculto en una de sus comisuras. Tragó en seco, si bien su amistad parecía seguir cuando estaban en conjunto, hacía ya meses que no se la topaba así: Solos. El temor y la ansiedad de topársela así le habían perseguido por noches enteras, colándose en sus sueños, torturándole y confundiendo todo a su paso. Por más que quiso, Frank no pudo evitar percatarse de la sensación de miles de hormiguitas picándole la palma de las manos.

— ¿Qué pasa, Frankie? —. Río la ojiceleste con soltura, dando media vuelta y atando una carta a la pata de su lechuza marrón; mordió el interior de su mejilla obligándose a disimular como tantas veces pasadas, como si en realidad no le importara o no notara que era la primera vez en meses que disfrutaba del privilegio de tenerlo para ella y nada más. Longbottom tragó en seco viendo cada movimiento de sus manos un poco rojas por el frío, y tras caer en cuenta de ello, apartó la vista de manera brusca —. ¿Se te congeló la lengua?

— En realidad... —. Comenzó el muchacho, nervioso, pensando velozmente una excusa creíble, adentrándose por fin en el lugar encontrando rápidamente a su lechuza Keral e imitando el actuar de la rubia para mostrarse natural —. Me quedé sorprendido con tu incapacidad con los números, Nique. Son doscientas noventa y nueve, las acabo de contar.

¿Con quién te vas, Rose?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora