Labios mentirosos.

119 9 0
                                    


Maratón 1/X.

El infierno es, sin duda alguna
amar con tal fuerza a alguien,
que sin embargo, pertenece a otro cielo...

Louis Weasley, sentado a los pies de la cama de Hugo, le observaba dormir. Eran casi nulos los momentos de paz de los que disfrutaba el pelirrojo, y los brazos de Morfeo eran sin duda alguna la mayoría de ellos. Suspiró cansado, había pasado la noche entera así, viéndolo dormir. Cuidando del sueño ajeno, preocupado de lo que sentiría al abrir los ojos. Pasó una mano por el cabello rubio, mientras un pequeño bostezo escapaba de sus labios. A juzgar por la luz que se colaba a través de las cortinas, juraría que estaba amaneciendo. Ya rendido, tendió su cuerpo junto al de su primo, sobre las mantas.

Una lágrima vagó por su cara al verle tan sereno, tan absorto del mundo que le rodeaba. Tenían solo catorce años, ambos. ¿Cómo es que esto había pasado? ¿Cómo es que Hugo había encontrado felicidad solo en la droga, y que Louis, hubiera encontrado la felicidad en los ojos de Hugo?

Esos mismos ojos que poco a poco perdían el brillo que tanto le caracterizaba.

Subió su mano derecha, lentamente. Acariciando el rostro pecoso, pensó que quizás si le confesaba de su amor, Hugo vería otra salida para los problemas. Sin embargo rechazó la idea. Hugo presumía demasiado su hombría como para que sus sentimientos fueran correspondidos, lo más probable era que, no volviera a dirigirle la palabra, y que además, le mirara con temor. Se hundiera más en el hoyo donde se veía hundido. Y Louis no podía soportar ello. Prefería vivir cargando con un doloroso secreto el resto de sus días, que el pelirrojo desapareciera de su vida, o peor, arruinara la propia.

¿Por qué las cosas parecían ser tan difíciles? ¿Por qué el cielo, y Merlín no podían conspirar a su favor por lo menos una vez? ¿Por qué todo le salía al revés?

Y es que quizás, el destino de su felicidad fuera sólo velar por la de Hugo.

Sonrió cuando el pelirrojo lanzó un fuerte ronquido, y se removió entre las sábanas. Y abandonando su mano la cara de su primo, le rodeó el cuerpo, abrazándolo con suavidad. Le miró con las pupilas dilatadas, y los ojos cargados en lágrimas, y le besó suavemente los labios, para que él no se diera cuenta. Retiró su mano y se incorporó. Con total cuidado abandonó la Sala Común de Gryffindor para encaminarse a la de Hufflepuff.

Al doblar la esquina, luego de salir por el retrato de la Dama Gorda, se martirizó con la pregunta de qué pasaría si es que fuera un poco más valiente. ¿Hugo estaría con él? ¿O sería capaz de sacarlo de su problema, de manera fácil? Secó las lágrimas con el dorso de su mano, y siguió caminando hasta llegar a su cuarto.

[***]

—... ¡Y eso pasa, una y otra vez! Me pregunta que es lo que podía hacer él, que cuando yo discutía con mi familia lo que más me molestaba era que se interpusiera. ¡Pero era simplemente apoyarme! ¿Es tan complicado? No me considero una mujer muy difícil de comprender, pero yo...

Lorcan la miraba embobado. Lily subía y bajaba las manos, gritando. Los patios vacíos una mañana después de una fiesta Merodeadora siempre eran buen lugar para hablar tranquilamente. Los tenues rayos de sol, que se colaban a través de las nubes creaban destellos en el cabello anaranjado de la muchacha catorce añera, y hacían destacar más los azules ojos del quince añero.

—... ¡Y ya no sé qué hacer! Si estamos bien, estamos mal. ¡Y no es mi puta culpa! ¡Lyssander siempre arruina todo! Pero lo amo tanto, tanto, que soy incapaz de dejarlo...

Lily Potter era incapaz de asumir culpa alguna, por mínima que fuese. Todo en su vida se le había dado tan simple, siempre se le había dado en el gusto... Tampoco admitía que tuviera un problema. Desde pequeña se le enseñó que era la pequeña princesa, y ella creció convencida de aquello. Todo eso traía repercusión en el presente. Lorcan la miraba enamorado y apenado. Por mucho que amara a su hermano, no podía dejar de darle felicidad su pelea con la pelirroja; pero sin embargo sabía que esa pelea traería como consecuencia tantas cosas para ella. Él, al igual que Lyssander, ya no sabía qué hacer. Sabía a la perfección que Lily dejaría de comer nuevamente en un mero acto de llamar la atención de su novio, para que volvieran a darle en el gusto. Sabía también, que ella debería estar tomando las pastillas que le recomendó el psiquiatra, las mismas que Harry y Ginny Potter estaban total y completamente convencidos de que su hija consumía responsablemente a diario. Si ellos sólo supieran que Lily se negaba rotundamente a aceptar su enfermedad, y que con ello provocaba que jamás mejorara...

¿Con quién te vas, Rose?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora