Capítulo 4.

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     El tiempo se escapó de mis manos como la misma arena, los días no se detuvieron hasta que me hicieron sumergirme lentamente en una rutina a la que había tenido que acostumbrarme para no terminar por desquiciarme. Bastaron dos meses y un par de semanas para rendirme por completo y desistir de la idea de escapar de aquel pueblo que se alzaba sobre mí como una jaula inquebrantable, porque lo cierto es que no podría huir si seguía siendo la esclava de uno de los herederos de la corona.

Todo el mundo por aquellos parajes ya conocía mi rostro, siempre en completo silencio y yendo bajo la sombra del mismísimo Ivar. Sí llegué a pensar que el trato de los demás sería denigrante, viéndome como un pedazo de trapo que podían tratar como se les diera la gana sin sentir miedo por tener represalias, pero todo fue distinto; me trataban con una sincera y hasta desconcertante cordialidad, en todo momento, con o sin Ivar a mi alrededor. Y sospechaba que él había tenido que ver.

Durante el par de meses había hecho de la choza en la que Ivar me había mantenido encerrada la última vez por intentar escapar en frente de él y sus hermanos, un lugar cálido en donde podía refugiarme de cualquier cosa o situación que me inquietara. Había intentado transformar ese lugar en algo más "hogareño" para dejar de desear cosas que no podría volver a tener; todos los días la decoraba con bonitas flores que recolectaba cada vez que tenía que perseguir a Ivar por los prados verdes cuando así lo deseaba, había comenzado a coleccionar objetos (piedras, mejor dicho) que tenían una extraña forma, y siempre intentaba tenerla con la chimenea encendida además de completamente limpia.

...Aún podía recordar aquellos días en que ni siquiera la luz del sol me visitaba por la tremenda estupidez que había hecho aquel día en especial.

Ya llevaba días entre esas cuatro paredes desastrosas y que lucían como si fueran a derrumbarse sobre mí con la primera ventisca que se escabullera por los caminos entre todas las casas del pueblo. Días que se hacían eternos sin nada que hacer más que arrepentirme de haber querido escapar cuando tenía a todos los hermanos Lothbrok a mi alrededor y agregando a la escudera que me había declarado la guerra con una flecha y una mirada a lo lejos.

No sabía cuánto tiempo estaría allí encerrada, llegaba a creer que el castigo seguiría extendiéndose hasta que a Ivar le apeteciera –después de todo, él había ordenado mantenerme entre cuatro paredes, lejos de una libertad a medias–. No había visto al menor de los hermanos por un tiempo porque había encargado a un grandullón traerme un poco de comida y agua cada cierta hora específica del día, pero, aun así, en el momento menos pensando, el Ivar que había estado esperando ver para no volverme loca, apareció arrastrándose por la puerta de la misma manera que el primer día que lo había visto cara a cara.

Tenía la típica cara de pocos amigos que cotidianamente llevaba, quise pensar que fue por esa razón que no me moví de la comodidad de la cama, pero eso no evito que realizara una pequeña reverencia como me había acostumbrado a hacer cada vez que él estaba delante de mí.

La puerta se cerró con un estruendo, sus piernas removían la tierra de debajo de ellas al realizar el movimiento de arrastrarse, mis extremidades se sentían tensas al igual que el ambiente a nuestro alrededor y que cambió drásticamente en el mismo momento en que él se sentaba cerca de la leña encendida con su mirada azul, directa y fría hacia mí.

—Supongo que has estado pensando en lo estúpido que fue intentar huir con mis hermanos cerca.

"Cada segundo..." Pensé con las mejillas adquiriendo un leve rubor ante su penetrante mirada, intentando desviar mis ojos hacia algún punto indescifrable en la muralla, lejos de su rostro.

—Y espero que hayas aprendido la lección, porque no tengo problemas en encerrarte una semana cada vez que hagas algo en contra de mis órdenes.

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