Capítulo 25.

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     Ya eran semanas las que habían pasado desde mi regreso al pueblo de Kattegat, las mismas que ayudaron a que mi cuerpo fuera perdiendo paulatinamente el dolor de los golpes que había recibido de forma gratuita en Inglaterra. Ya podía movilizarme por mi propia cuenta y sin que nadie estuviese a mi lado con el temor de que fuera a perder las fuerzas al mantenerme durante tanto tiempo de pie, los moretones eran imperceptibles a simple vista; mi muñeca era lo único que me recordaba la paliza, y el dolor en mis costillas.

Ubbe, el hermano con el que había decidido retornar, se convirtió en un apoyo indispensable durante mis últimos días en el pueblo. Él permanecía a mi alrededor ayudándome con todo lo que me arrancara un quejido de dolor, él era el hombre que conseguía apartar las nubes negras que querían envolver mi cabeza para sumirla en pesadillas.

Ahora llegaba el momento que tanto había anhelado que ocurriese desde mi regreso a esas tierras que se sentían diferentes sin él a mi alrededor, se sentían frías e indiferentes.

Mi andar era lento por los senderos que sabía de memoria para poder llegar al gran salón donde deseaba tener una conversación con la reina, y mientras eso ocurría podía ver como muchas personas parecían reconocerme porque realizaban una pequeña reverencia en mi dirección junto a una ligera sonrisa que intentaba corresponder de inmediato, sin dejar de caminar. Quizás el verme implicado con los hermanos más importantes del pueblo me había traído cierta fama que desconocía hasta hace unos días.

Lagertha permanecía sentada en su trono bebiendo de lo que parecía ser un dulce hidromiel por el aroma que se expandía por todo el salón, acompañada por sus fieles escuderas mientras charlaban entre risas hasta que todos captaron mi inesperada presencia en lugar que hizo que las carcajadas se volviesen silencio.

—Reina Lagertha, ¿tiene un momento para mí? —la pequeña reverencia que realicé se vio entorpecida por la ligera punzada de dolor en mi espalda. Ella dejó a un lado su copa.

—Acércate, Eyra. —hizo un pequeño ademán con sus dedos decorados por anillos para que me acercara hasta su posición. Caminé con cautela y siendo asediada por las miradas de las otras dos mujeres que estaban ahí presentes. —Me alegra ver que tus heridas están mejorando muy rápido.

—Lo aprecio, mi reina. —solté una sonrisa más parecida a una mueca que a lo que realmente era. —Espero no haberla interrumpido en algo importante.

—No te preocupes. —le restó importancia. —Creí que estarías merodeando por el pueblo junto a Ubbe como sueles hacer últimamente, sé que eso te está ayudando a sanar.

Me encogí de hombros. —Él ha querido ir a cazar, y como es obvio que no puedo acompañarlo, decidió marchar junto a algunos de sus compañeros.

Al parecer se percató de la pequeña incomodidad que podía verse en mis gestos por tener a sus escuderas en ese lugar cuando quería cierta privacidad para hablar con ella, no tardó en voltearse a verlas con seriedad mientras que ellas captaban su mirada con toda la atención puesta en la reina, como si estuviesen esperando alguna orden que debían acatar lo más pronto posible.

—Astrid, Torvi, ¿qué están esperando para hacer lo que les he pedido? Quiero hablar a solas con Eyra. —ambas mujeres se retiraron del lugar sin quejas de por medio, dejando atrás el eco que la puerta hizo cuando fue cerrada. —Muy bien. ¿Qué es lo que tienes que decirme?

Busqué las palabras correctas en mi mente antes de expulsarlo todo, luego vino un suspiro, y finalmente la voz que salió de mis labios exponiendo mi decisión. —No quiero que suene como una orden, pero... quiero regresar a Hedeby lo antes posible.

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