Capítulo 29.

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     Nuestros cuerpos anhelantes de calor no habían querido separarse, nosotros no habíamos querido ceder aunque estuviéramos en medio de un campo donde una batalla había iniciado hace un tiempo atrás, nos habíamos extrañado lo suficiente para permanecer envueltos en la comodidad que había en los brazos del otro sin importarnos lo que sucediera a nuestro alrededor, permanecíamos envueltos en nuestro mundo donde sólo él y yo existíamos.

Él dejaba cortos y suaves besos sobre la piel erizada de mi cuerpo gracias al tipo de toque que estaba poniendo sobre mí mientras que yo disfrutaba de las caricias que podía sentir por sus labios, mis ojos seguían la silueta de la anterior reina huir por los bosques antes de ser atrapada por alguno de los francos que la acechaban a ella o a cualquiera que estuviese de su bando para asesinarlos sin sentir el más mínimo remordimiento.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda cuando sus dientes apretaron con ligereza mi oreja consiguiendo arrancarme un pequeño quejido que supe cómo silenciar en mi boca para no llamar la atención de ningún guerrero que caminaba a nuestro lado con semblantes cansados, llenos de sangre y lodo.

Sabía que él estaba disfrutando de la manera en que mi cuerpo reaccionaba, pero aun así se detuvo para ver mis ojos como si fuera capaz de encontrar algunas respuestas en ellos que yo no podía concederle tan fácilmente.

Sus manos me apretaron contra su cuerpo con un poco de brusquedad, mis brazos se envolvieron en su cuello.

—Quiero oírte decir lo mucho que me extrañaste. —me pidió con la voz ronca, casi gruñéndome.

—No puedo explicarlo con palabras. —acaricié su nariz con la mí, disfrutando de la gran tranquilidad que sólo podía permitirme sentir con él a mi lado. —Te anhelé durante todo el tiempo en que estuvimos separados.

Mi respuesta no pareció dejarlo satisfecho porque no tardó pedir más con los ojos cerrados. —Di que me amas.

—Te amo, mi vida. —intenté sonar lo más sincera posible porque era eso lo que le quería transmitir al hombre que me sujetaba entre sus brazos como si fuera una alucinación que no tardía en desvanecerse hasta no quedar nada. —Te amo como jamás he amado a alguien.

—Dime lo mal que la has pasado por no haber estado a mi lado. —hice que nos separáramos un poco al poner mis manos sobre mis hombros y empujar, lo miré con un poco de burla cuando no pareció entender mi repentina reacción. —¿Qué?

—Estás actuando como un caprichoso.

—Creo que me lo merezco. —había algo en su semblante que me permitía ver que estaba agotado, quizás lo hacían las bolsas oscuras debajo de sus ojos o la manera en que pestañeaba con lentitud y casi somnolencia. —Podrías acariciarme un poco más... Necesito sentirte cerca de mí.

—Aquí estoy. —me permití dejar un corto beso sobre la comisura de sus labios. —Lamento haberte dejado, Ivar, pero necesitaba hacerlo por mí.

—Intento comprenderte, realmente trato de hacerlo. —suspiró con cansancio causando que lo único que quisiera hacer fuera arrullarlo entre mis brazos sobre algún catre para que pudiera dormir todo lo que necesitaba. —Tenemos que hablar.

—No lo haremos aquí. —sentencié mirando a mi alrededor. No quería hacerlo y darle la noticia que lo dejaría atónito en un campo donde sólo está el hedor de sangre, donde hay cadáveres esparcidos por todos lados, y en donde todos podían oírnos. Quería privacidad para lo que debía contarle.

Ivar permaneció en silencio por largos segundos hasta que una sonrisa coqueta comenzó a tirar de sus labios para poder formarse adecuadamente, sus manos amenazaron con deslizarse hasta mis glúteos si no hubiera sido porque lo detuve en el acto. —...Sé que no es el momento, pero no dejo de pensar en el deseo que tengo de tener tu cuerpo desnudo junto al mío.

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