Capítulo 30.

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     La sensación de alivio y tranquilidad después de ver cómo Ivar se tomaba la noticia del embarazo fue lo que me permitió quedarme dormida en un sueño que me hizo recobrar lentamente todas las energías que había perdido en los últimos días lejos de mi pareja, además de haber apreciado con mis propios ojos las caricias que él le daba a mi vientre entre murmullos casi inteligibles. A él no le importó que nuestro bebé fuera demasiado pequeño como para ser capaz de oírlo, se aferró a mi cuerpo desnudo y acarició todo mi abdomen con las puntas de sus dedos mientras nuestras pieles se unían sin lujuria de por medio, sólo hubo amor y una espesa calma que me llevó a caer rendida entre sueños.

El día siguiente empezó cuando una mano se posó sobre mi hombro para moverme con suavidad volviéndome consciente de lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Mis ojos se entrecerraron para adaptarme a la luz que había en la habitación gracias a los escasos rayos de sol filtrándose, y las velas encendidas, luego pude encontrarme con la mirada azul de Ivar siendo asediado por un hombre -a sus espaldas- que jamás había visto, pero que no fue difícil de ignorar.

—Valquiria, despierta. —susurró cerca de mi oído, besando mi frente y esperando a que toda mi atención estuviera, los rastros de sueño comenzando a desaparecer. Le sonreí siendo correspondida de inmediato. —Buenos días. Traje al curandero.

—¿Sí? —murmuré, y en un acto natural bostecé para poder estirar mi cuerpo. Mi cara adquirió un tono carmesí cuando sentí la sábana deslizándose por mi torso. —Oh. Yo estoy... desnuda.

Su semblante cambió de ser uno radiante a uno terriblemente sombrío, más aún cuando volteó su rostro para darle una mirada de advertencia al hombre que se encontraba de pie a unos metros lejos del catre donde yacía aún recostada y con Ivar cubriéndome con su cuerpo a pesar de no estar expuesta ante el curandero.

—Voltéate, y no te atrevas a husmear. —el hombre lució avergonzado tras darse cuenta de que no había apartado los ojos de mí por lo que no tardó en voltearse para mirar en dirección a la salida mientras que Ivar me entregaba una de sus camisas para cubrirme con ella.

Agradecí su gesto con las mejillas sonrojadas.

—Buenos días, amor. —estiré mi cuerpo para poder besarlo de forma casta. Él sonrió por el gesto y más aún cuando detecté un dulce sabor en sus labios que me hizo lamer los míos para intentar deducir de dónde provenía ese dulce que había en ellos. —Sabes bien.

—Traje algo para ti. —delante de mis ojos apareció aquella deliciosa fruta rojiza que tanto me gustaba comer. Mis ojos se iluminaron cuando observé la cantidad de fruta que estaba ofreciéndome sólo para mí.

—Fresas. —acepté el pocillo de metal donde la fruta permanecía, y me deleité cuando volví a probar una solo para mí. Solté un gemido de gusto. —Están deliciosas.

Ivar se acomodó sentándose a mi lado -hombro con hombre-, nuestras manos entrelazadas viendo fijamente al curandero mientras yo permanecía embobada escogiendo las fresas que más deliciosas parecían a simple vista.

—Ya puedes girarte. —ya me había percatado de que su voz cambiaba totalmente cuando hablaba con otras personas, se volvía más tensa y frían, en cambio conmigo resultaba ser mucho más suave y hasta meloso. El hombre frente a nosotros acató su orden con seriedad, permaneciendo inmutable. —Sabes lo que tienes que hacer, no toque nada más de lo que debas... De lo contrario, te cortaré las manos.

—Ivar. —me quejé para reprenderlo. —No lo espantes.

Él gruñó cuando el curandero se sentó sobre un costado de mis piernas para poder alzar la camisa de Ivar hasta quedar por encima de mi ombligo, luego acomodó la sábana que cubría mi intimidad y piernas hasta un lugar pertinente, y comenzó a palpar con su fría mano mi vientre haciéndome sentir pequeños escalofríos.

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