Capítulo 21.

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     El cuerno de guerra alertó a todos los guerreros durante el comienzo de la tarde para que se apresuraran en organizarse y estar preparados para la inminente llegada de los sajones hasta York como habían advertido los centinelas hace unas horas atrás. El día había comenzado con un cielo oculto tras nubes grises que permanecían inmóviles al mismo tiempo que una espesa neblina dificultaba la visión de muchos, el frío era calador y todo parecía apuntar a que muy pronto las nubes soltarían un par de gotas que se transformarían en una lluvia.

Los cinco estábamos reunidos en lo alto de una torre del pueblo desde donde podíamos ver como los sajones trepaban sigilosamente los muros desde el exterior para ingresar al pueblo que aparentemente estaba vacío por completo. Cada uno de nosotros había cumplido con la orden que se nos había entregado para que todo fuera de acuerdo al plan que se preparó durante días para poder ganar la invasión y pronta batalla que llegaba hasta la gran fortaleza de la que nos habíamos adueñado.

—Los guerreros están en sus posiciones asignadas. —Hvitserk tomó asiento justo detrás de donde su hermano estaba ubicado sin apartar su mirada de los cristianos. Me crucé de brazos esperando a que continuaran; mis ansias por luchar y desahogarme hacían picar mis manos.

—Las trampas ya están preparadas. —fue el turno de Sigrid, quien apenas había visto ese día en particular. Había desaparecido por varios de mi alrededor, y en el fondo lo agradecía.

—Entonces todo está preparado. —Ubbe apretó mi hombro junto a un asentimiento que nos dimos mutuamente, luego dirigió su mirada hasta su hermano que seguían en la misma posición, casi parecía que no nos había prestado ni la más mínima atención. —¿Qué miras tanto?

Ivar no se giró para responder a la pregunta de su hermano mayor, por el contrario, veía fijamente en una única dirección: hacia los muros por los que no dejaban de trepar cristianos listos para luchar.

—Miren quién está allí abajo, sobre el muro.

—¿Quién? —la curiosidad picó en Hvitserk ya que no dejó pasar la oportunidad de buscar al hombre al que su hermano se refería. Pareció encontrarlo poco después. —¿Quién es?

—Es el hijo de Ecbert, Aethelwulf. Y trajo a sus propios hijos, como ovejas al matadero.

Sigrid, Ubbe y yo nos miramos por unos instantes comprendiendo el mensaje que intentábamos enviarnos sin necesidad de pronunciar palabra alguna; era hora de bajar al campo de batalla y comenzar con una nueva guerra que los cristianos vinieron a buscar a nuestro territorio.

—Hvitserk, vámonos. —su hermano atendió a su petición y no tardó en irse junto a él y Sigrid, dejándonos a Ivar y a mí completamente solos, como si el ambiente no estuviera lo suficientemente tenso entre nosotros desde la noche anterior de la que había escapado durante el amanecer con las energías recompuestas.

En el instante en que iba a seguirlos, su voz a mis espaldas me hizo detenerme, quizás más la suavidad con la que se dirigió a mí.

—No es necesario que luches hoy, puedes quedar aquí conmigo. —lo observé por el rabillo de mis ojos, sin enseñarle ápice de que iba a acceder a lo que me pedía tan repentinamente. Yo quería luchar, quería encontrar el modo de poder sacar un poco la frustración y rabia que llevaba dentro. —Eyra, por favor.

—No te atrevas a bajar.

Luego me apresuré a bajar por las escaleras para reunirme con los demás, quienes atendían a las instrucciones que Ubbe les estaba dando.

—Sigrid y yo iremos por el lado oeste de la catedral, ustedes asegúrense de que las trampas funciones por los pasadizos del otro lado, ¿entendido? —todos asentimientos. —En marcha.

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