XI

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Adivina quien entro a clases.

Adivina quien no conoce a nadie de su nuevo grupo.

Adivina quien llego tarde el primer día.

Exacto, yo.

Comencé el día de una manera espantosa. Me levante tarde, no alcance a desayunar, mamá no estaba para ayudarme y no encontraba el bendito uniforme.

Cabe agregarle que un Joel que se encuentra diciendo: «Apurate, apurate, apurate, apurate», es lo bastante estresante como para arrancarte hasta el último cabello.

Además, al llegar a la parada del bus, éste llego mucho tiempo después. Llegamos a la escuela corriendo, sudados hasta los calzones y todos perdidos buscando nuestro salón.

Otro espectáculo se formo al buscar nuestro grupo. Para nuestra desgracia nos toco en salones separados, así que con mi nula capacidad de hacer amigos, opté por sentarme al final de la clase mientras analizaba con detenimiento a mis compañeros.

En un intento vano por poner atención, descubri que en mi salón hay 18 mujeres y 25 hombres. Ahí se reflejaba mi aburrimiento, conté alumnos, sillas, pósters de publicidad del consejo estudiantil, libros acomodados en un estante a mi derecha, los giros que daba el resorte de mi libreta, etc; convirtiéndome en el bicho raro que cuenta todo de mi salón.

Todo iba bien para mi, hasta que a una maestra se le ocurrió la maravillosa idea de conocernos.

—Digan su nombre, del grupo que vienen y que les gusta —animó. Y como toda una amargada de la vida, fui la menos entusiasta en el hecho.

Transcurrieron 8 minutos de mi vida cuando llego mi turno. Sentía las miradas inquisidoras de todos los compañeros, comenzaba a incomodarme.

—Me llamo Lauren, vengo del grupo... No lo recuerdo, me gusta dibujar y leer —Me senté de nuevo y espere a que mis demás compañeros terminaran de presentarse.

Con un intento inútil de apaciguar mi aburrimiento, intente prestar atención y hacer amigos.

Tome apuntes de la clase de Matemáticas, que, como en todas las materias en inicio de semestre, solo nos mostraba y explicaban el contenido del curso.

Intente entablar conversación con la chica que estaba a mi costado. Me respondió en ocasiones y cuando el receso comenzó, todos salieron disparados al comedor.

Me quede en mi asiento por unos minutos mientras contemplaba la soledad del aula. Minutos después, unos 5 para ser exactos, una figura femenina y de cabello rizado se dejo ver por la puerta de entrada.

—¿No me recuerdas o que carajos? —exclamo agitando los brazos. Levante mi culo de la silla y me encaminé hacia ella para abrazarla.

—Estupida, no te paraste en mi casa en todas las vacaciones —le reclamé estrechando su cuerpo contra el mio—. ¿Por qué no te dignaste a visitarme?

—Es que, estuve en casa de papá —murmuró en tono calmado, soltó un pequeño suspiro y ya no comento mas.

Denn, es detrás de toda esa fachada de chica coqueta y engreída, es una joven con ligeros problemas de autoestima. Su actitud brava, solo es una mascara para sobre llevar los problemas que le ocasionaron su cuerpo y el repentino divorcio de sus padres.

Así que toda esa fachada es una coraza que la cuida del mundo exterior.

Si, algo muy común últimamente. Todos sufrimos por ello o experimentamos esa sensación, la necesidad de cuidarse del mundo.

—Conoci a mis hermanos —pronunció sorbiendo sus mocos y separándose de mi—. Tengo 5 hermanos mayores.

—¡Santa cachucha! —exclamé sorprendida.

—Yo también dije eso, ¿sabes que es lo peor? —Agitó sus brazos y los puso en su cintura—. Uno de ellos fue el chico de la fiesta.

—¡Santo cristo redentor! —expresé eufórica. Sin embargo, no recordaba ninguna fiesta. Mejor dicho, a mi no me gustaban las fiestas. Pero algo, comienza. Mi cerebro comienza a recordar—. ¿El chico pelirrojo?.

—¿Lo recuerdas? —replica ella. Su rostro se ilumina y sus ojos brillan, como si estuviera apunto de llorar.

—Pues claro mujer, fue hace poco —Me cruzo de brazos. Mirándola.

—Esto lo tiene que saber Jo...

Pero no termina la frase. Es como si automáticamente se arrepintiera de sus palabras.

—¿Joel? —repito tomándola de los hombros—. ¿Que esta pasando entre ustedes Denn?

—Nada —responde una voz masculina y aguda. Joel. Esta parado en la puerta de salón, con los brazos cruzados y el rostro serio.

—Nada —afirmó ella. En un susurro dolido, apenas audible.

Los miro molesta.

Nunca me había sentido así, como si un algo presionara mi cabeza. Me sentía ofendida y en cierta parte engañada.

En nuestra relación nunca había habido mentiras. Fuimos un trio de amigos que no guardaban secretos, pero de un momento a otro, parecía ser una desconocida. Como si me encontrara aislada de la situación.

La cabeza me dolía. Las nauseas se apoderaban de mi.

Los mire, alarmados a ambos.

Sus rostros el claro ejemplo de la desesperación y preocupación.

—Me duele —comenté sentándome en una de las mesas. Sujetando la cabeza con ambas manos.

Escuchaba la voz de Joel cargada de pánico. No se escuchaba su típico tono agudo, solo maldecía acercándose a mi.

—No te duermas, Lauren —dijo al borde del llanto.

¿Pero que pasaba? Solo era un simple y punzante dolor de cabeza.

Un dolor de cabeza que me causaba nauseas y pesadez en las extremidades.

«No te duermas»

Lo repetía en mi cabeza para cumplir esa orden. Pero, sumirme en la obscuridad era mas tentador.

—Lauren, no te duermas —susurró Joel. Aunque por su expresión parecía gritarlo.

Me sujetó por los hombros y me abrazó contra su pecho. Mi cabeza se dejo caer en su hombro. Sentía su respiración acelerada y el suave aroma de su perfume.

Denn, me miraba con preocupación. Sus manos cubriendo su boca y llorando evidentemente.

Pero, ¿por qué?

¿Por qué tanto drama por un simple malestar y una falta de sueño?

—Lauren —susurro él. Casi fue perceptible.

Mis ojos se cerraron, mi cuerpo pesado era abrazado por el rubio que me vigilaba a sol y sombra.

Caí en la obscuridad. Completa obscuridad.

Un beso de película [AF #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora