8. Tinta y Papel

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Hasta que me olvides voy a intentarlo,

No habrá quien me seque tus labios

Por dentro y por fuera,

No habrá quien desnude mi nombre

Una tarde cualquiera

Hasta que me olvides tanto que,

No exista mañana ni después, no, no.

Hasta que me olvides

Voy a amarte tanto tanto,

Como fuego entre tus brazos.

Hasta que me olvides, hasta que me olvides,

Y me rompa en mil pedazos

Continuar mi gran teatro.

Hasta que me olvides, hasta que me olvides.

"Hasta que me olvides"

Luis Miguel.


La Villa de los Villiers se encontraba enclavada al norte de Escocia, descendientes directos del Duque de Orange, emparentados en tercera línea con los Estuardo, descendientes del Rey Carlos II de Inglaterra su linaje era de los más antiguos y venerados en el país. Sir Edward Villiers no amaba esa rancia incomodidad de ser unos de los treinta descendientes en línea directa al trono, por culpa de eso, su hija, Lady Mary Elizabeth, había sido secuestrada años atrás siendo abandonada en América.

Por fortuna, la mucama que cuidaba de ella había logrado dejar entre sus pertenencias una muñeca que había pertenecido a su madre, la Duquesa Candice Louise Wessex de Villiers, regalo a su vez de quien fuese su nodriza. Al momento del rapto, la joven antes de ser herida, alcanzó a introducir en la figura el relicario de la Duquesa de Villiers... mismo que permitió reconocerla años atrás, después del accidente sufrido en las afueras de Londres.

Lo único que el Duque lamentaba de ese reencuentro, era la amnesia permanente de Mary Elizabeth, quien no podía relatarle los primeros años de su vida. Aún así, en su carácter notaba que quien se hubiese encargado de ella, debió ser alguien dulce y cariñoso, alguien que se preocupó por darle una buena educación, pues su francés, aunque malo, era muestra de ello.

Todavía recordaba el primer día que la vió. Dos años habían pasado del fallecimiento de su esposa, al recibir un aviso del Real Hospital de Londres nunca pensó que fuera para darle el mejor regalo de su vida: su hija perdida.

Al verla ahí, dormida por los sedantes, no pudo evitar llorar. Era el rostro de su amada esposa, los mismos rizos, la figura fina... lo único que las diferenciaba era el color de los ojos... su madre los tenía color de miel. Al despertar, ella lo miró con confusión, no sabía ni dónde estaba ni quién era, mucho menos recordaba que estaba encinta.

Sabía que era casada, la alianza que llevaba lo denotaba, y por medio de su engarzado sabía que se trataba de alguien con dinero: en el ángulo superior izquierdo de la misma un zafiro apresado entre dos esmeraldas lo denotaba.

El desconocer bajo qué nombre viajaba y al no reclamar nadie su desaparición, todo su pasado quedaba confinado a la oscuridad.

** *** ** *** ** *** ** ***

El pequeño Edward jugaba en el jardín, corría afanosamente ahora tras un sapo, al rato tras una mariposa. Candy era feliz al verlo, desde hacía tiempo trataba de adivinar a quién pertenecía esa sonrisa, la mirada, a veces despertaba a medianoche sudando, desesperada... la figura de un joven con el rostro borroso corriendo escaleras abajo, tomándola de la cintura y suplicándole que no se fuera la perseguía... el sonido de los cascos de un caballo y un joven rubio cayendo al suelo... la risa de un chico de lentes y el sonido de una caja musical... un muchacho mandándole un beso al aire y una palabra "gatita".

En el interior de su alianza estaban grabadas unas iniciales: "T.G.G.", pero ¿quién era él? ¿El joven sin rostro, el rubio, el chico de lentes o el muchacho del beso?... todos ellos rostros confusos, borrados, sin nombre... ¿quién era ella? ¿por qué no podía recordar nada anterior a su estadía en el hospital?

¡Mami, mira lo que atrapé!

¡Uh! ¡una rana!... vamos, déjala donde la encontraste.

Pero... - replicó Edward con un mohín

¡Nada de réplicas jovencito!... dime, si te la llevas ¿mañana que corretearás?

Edward sonrió y devolvió el anfibio al lago.

Mami... ¿por qué no regresamos a América? Me gustaba mucho estar en Nueva Orleáns.

Lo sé amor, pero ¡cinco años allá eran demasiados!... además, los asuntos que el Abuelo tenía que tratar estaban resueltos, no había razón para quedarnos.

¿Algún día volveremos?

Quizás.

** *** ** *** ** *** ** *** **

En América, la Srita. Pony y la Hermana María reían felices al ver, después de un largo tiempo de espera, la cara asombrada de Ailian, quien desde su llegada no había parado de correr y trepar árboles desde que amanecía.

Srita. Pony ¡Es como tener a nuestra Candy otra vez aquí!

Sí Hermana María, me alegro que haya podido convencer a Terry Sr. Andley.

Llámeme Albert Srita. Pony... ¡mírela! ¡Esta fascinada con su libertad!

Dígame algo... ¿por qué no vino Terry con ella?

¿Acaso no ha llegado la noticia?

¡Oh! ¡discúlpenos Albert! – interrumpió la Hermana María – desde que partieron a Londres, las únicas noticias de Terry que hemos tenido las ha traído usted.

¿Cómo?... creí que de vez en cuando publicarían algo sobre él... estoy tan ocupado que ya ni siquiera leo los diarios, para eso está mi asistente... ¡Dios!

El primer año publicaban notas – respondió la Srita. Pony – pero poco a poco fueron espaciando, hasta el grado de no saber mas nada de él.

Bueno, es comprensible... seis años ausente de los escenarios en Broadway no pasan en balde, y en Inglaterra apenas empiezan a reconocerlo... ¡ha luchado tanto!

Lo creemos Albert, pero eso no contesta mi pregunta, ¿Qué era tan importante que no le permitió acompañar a Ailian?

El rubio tragó saliva antes de contestar y desvió un poco la mirada.

Su boda con la actriz Sarah Gugenheim.

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Los tres meses pasaban lentamente para Annie, que miraba y remiraba las listas de personas recibidas en los hospitales de Londres en aquel aparatoso accidente. Inclusive había encontrado su nombre entre ellos, pero ninguna señal de Candy.

El conteo de cuerpos parecía exacto, correspondía al número de desaparecidos y muertos en el choque. Nuevamente hizo el cálculo de pasajeros y cotejó las cantidades, parecía no haber error.

Con algo de desesperación comenzó a leer todos y cada uno de los nombres en ambas listas: vivos y muertos. Candy pertenecía a la segunda, el incendio había consumido varios cuerpos dejándolos irreconocibles, presumían que se encontraba entre ellos. De pronto, sus ojos se detuvieron en un nombre señalado en la lista de los rescatados.

¡Villiers!... ¡ese era el nombre que traía el relicario! ¡Estoy segura!.... ¿será...?

De sus ojos brotaron las lágrimas, el corazón le latía fuerte, algo le decía que su búsqueda había terminado.


TINTA  Y  PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora