Tinta y Papel. FINAL

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Con el calor de una sonrisa

y el perfume de la brisa

llegas tú, llegas tú.

Pequeña como los luceros

y diciéndome aún te quiero

llegas tú, llegas tú.

No sé si estás

pensando en realidad

que eres mi verdad de cada día más,

te quiero.

Pero enseñame a soñar

pues sabes que al marchar

no te podré abrazar.

Si todo el mundo fuera mío,

las estrellas o el rocío

fueras tú, fueras tú,

volando juntos al vacío

volaríamos unidos porque yo

porque yo... no sé si estás

pensando en realidad

que eres mi verdad

de cada día más, te quiero.

Pero enseñame a soñar,

pues sabes que al marchar,

no te podré abrazar, te quiero.

LLEGAS TÚ

Menudo.


Albert y Ailian descendieron del barco esperando ver rostros conocidos, únicamente el valet del Duque de Grandchester los aguardaba con un carruaje en el puerto. Extrañado, Albert trató de indagar lo que ocurría, más recibió por respuesta que la orden del Duque era llevarlos a la Villa de Sir Edward Villiers tan pronto como arribaran.

El patriarca Andley se sorprendió enormemente, conocía a Sir Edward hace años, inclusive habían hecho algunos negocios en América, pero jamás había intimado y aquella visita le resultaba harto sospechosa.

La pequeña abría los ojos asombrada con el esplendor de la Villa, aunque era menor al que le había producido el regio portal de rosas que franqueaba Lakewood.

Un elegante mayordomo los ayudó a descender y los condujo a un enorme salón decorado con tapices y jarrones orientales. Un piano de cola reposaba en una esquina, ambos tomaron asiento con evidente inquietud.

- Buenas tardes Sir William

- Buenas tardes Edward, evitemos las formalidades... sabes que no me agradan.

- ¡Oh, sí! ¡El jóven Albert Andley! - en ese momento reparó en Ailian y sus ojos no podían creer lo que veía - dime... ¿acaso esta pequeña es tu hija?

- ¡No!... es mi nieta, se llama Ailian Grandchester Andley... ¡saluda a Edward princesa!

La pequeña hizo una graciosa reverencia, incómoda ante la mirada del hombre que tenía frente de sí.

- ¿Tu nieta?

- De mi hija adoptiva... ella murió hace siete años... en un accidente, aquí, en Londres.

- ¿Estás seguro?

- ¡Por supuesto! - respondió algo incómodo Albert - dejó solamente a esta dulzura y a un viudo hasta hace unos meses inconsolable - replicó con molestia.

- ¿cómo?

- En cuatro meses más contraerá matrimonio... y quizás sea el peor error de su vida.

TINTA  Y  PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora