Prólogo

787 31 18
                                    


Todo era muy extraño, se sentía perdido y no había nada.

Absolutamente nada.

Lo único que podía ver era oscuridad hasta donde alcanzaba la vista.  Tampoco se escuchaba ningún sonido; el único que se había hecho notar en aquel mundo de oscuridad era el de su propia voz cuando al llegar suplicó entre gritos que, si había alguien más en aquel lugar, se dejase ver.

Sus súplicas, obviamente, fueron en vano.

Llevaba rato caminando y no había salida. Pero, a pesar de todo, ya no tenía miedo, se sentía como si estuviese en un sueño en el cual no hubiese dolor ni ningún otro sentimiento negativo.

Realmente, no le importaría quedarse allí para siempre.

— ¿Puedes oírme?

Una voz se escuchaba en la lejanía, una voz que no era la de la figura solitaria. Esta, al escuchar un sonido ajeno a sí misma, decidió seguirla.

Cuando iba a empezar a caminar de nuevo por aquella negrura sin fin, una mano le agarró del brazo y la obligó a darse la vuelta. Aunque al principio estaba asustada no tardó en calmarse al encontrarse de frente con su querido amigo; con él a su lado nada malo podía pasarle.

Intentó hacerle saber lo feliz que se encontraba por su reencuentro, pero antes de que tuviera la oportunidad su amigo se acercó y la besó apasionadamente en los labios, despertando en su interior algo que había estado dormido hasta aquel momento.

Algo que llevaba mucho tiempo deseando.

— Venga, chico, despierta.

Esa voz le empezaba a resultar molesta. Lo mejor sería ignorarla y entregarse al deseo...

Al cabo de un rato separó sus labios de los de su amado, dejando un fino hilo de saliva entre ambos, para recuperar el aliento. Aún así no quería detener aquello. Intentó abrazar al otro joven, pero este se separó de ella con sus ojos verdes más brillantes que nunca y una sonrisa burlona en el rostro.

«Había un hombre torcido...»

Una nueva voz invadió el lugar. Pero esta, a diferencia de la primera, le resultaba conocida. De la misma manera en la que le resultaba familiar lo que había empezado a recitar.

No quería escuchar aquello, no en aquellas circunstancias, así que se tapó las orejas en un inútil intento de ignorarlo.

Pero la voz no resonaba en sus oídos...

Sino en su cabeza.

«... que caminó una milla torcida... y encontró una moneda de seis peniques torcida...»

— ¡Mentiroso, mentiroso! ¡Tus padres no te quieren! —cantó en coro un grupo de sombras infantiles mientras le señalaban con sus diminutos y acusativos dedos.

«... en un sitio torcido compró un gato torcido, que atrapó un ratón torcido...»

— Creo que eres lo suficientemente mayor como para que sepas la verdad —se sumó la sombra de un anciano.

«... y todos ellos vivieron juntos en una pequeña casa torcida...»

Los sollozos y súplicas desesperadas de una chica joven se sumaron al escándalo. Con estos también llegó una repentina bajada de la temperatura.

«... pero el hombre torcido estaba triste, y pensó: ¿por qué soy torcido cuando los demás no lo son?...»

— Me alegro de que seamos amigos —dijo el joven al que amaba mientras se volvía a acercar y le ponía una mano en el hombro.

Querido amigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora