Capítulo 26

172 10 18
                                    


La humedad que calaba hasta los huesos y las sombras proyectadas por las copas de los árboles tapando el sol del mediodía daban al bosque un aire tétrico. Pero, a pesar de ello, dos niños recorrían la foresta sin ningún atisbo de miedo... o por lo menos eso es lo que pensaba uno de ellos.

— ¿Estás seguro de por dónde vamos? Para mí todo es igual, no sé cómo te guías.

— Tranquilo. He hecho este camino un par de veces solo; tardaremos un poco en llegar pero me hace mucha ilusión enseñarte ese sitio, estoy seguro de que te va a gustar.

Tras decir esto, continuó caminando, sin comprobar si su amigo continuaba siguiéndole.

— ¡Por favor, espérame! ¡No me dejes atrás! —El otro niño corría, intentando seguir su paso pero, al no ser tan rápido, acabó cayendo de bruces contra el suelo tras apoyar el pie en una piedra cubierta de moho.

El que guiaba la marcha retrocedió, preocupado al escuchar los gemidos adoloridos de su acompañante.

— Ay...

— ¿Estás bien? —se agachó a su lado.

— Sí, no me he torcido el pie, pero el golpe ha dolido.

— Lo siento mucho —musitó al darse cuenta de que había sido en gran parte culpa suya por no haberse adaptado a su ritmo.

— ¡No pasa nada! —se incorporó apoyándose en el hombro que le habían cedido.

— ¿Quieres volver? Si estás cansado no tienes que obligarte a venir...

— ¡No! ¡Tú querías enseñarme el árbol!

— No me hace tanta ilusión realmente, y Lina debería mirar si te has hecho algo serio en el pie.

— Mientes, la forma en la que miras me dice que aún tienes ilusión por ir.

El niño que guiaba soltó una carcajada.

— ¿Cómo puedes saber lo que pienso solo por cómo miro? Eso no tiene sentido.

— Como dice el refrán: «Quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación». —Le empujó del hombro—. Ahora continúa guiando, esta vez seré capaz de seguirte.

Aunque había aceptado la orden de su compañero para no seguir con una discusión inútil que seguramente perdería, ya no fue capaz de continuar como antes; no quería que se volviera a repetir algo así y que en la siguiente ocasión acabara ocurriendo algo grave de verdad.

Cuando ya quedaba poco para llegar al lugar, notó que el otro niño respiraba con dificultad y que poco a poco se iba quedando atrás.

No soportó verle en aquella situación, se detuvo y le tendió la mano para poder avanzar los dos a la vez.

Aunque dudó por unos momentos, el niño más lento aceptó la ayuda de su amigo.

Y así, llegaron juntos a su meta final.

Más que observar el precioso paisaje —que ya se sabía de memoria tras haberlo estado mirando durante horas— Xavier observó cómo reaccionaba su amigo: sus iris negros haciéndose más grandes, su sonrisa llena de ilusión, y su melena verde siendo zarandeada por el viento que azotaba con fuerza en el claro llenaron su corazón tanto como aquel día en el que encontró aquel lugar en una de sus "expediciones" en solitario.

— Xavier, esto es... creo que es lo más bonito que he visto nunca.

— Yo también pensé lo mismo la primera vez que lo vi. Por eso ahora es mi refugio secreto.

Querido amigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora