Capítulo 28

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Había intentado escaparse dos veces. En una le había detenido un enfermero —que se lo había contado a Smith tan pronto como le devolvió a su habitación— y en el segundo intento se había topado de bruces con el detective. Tras que esto ocurriera, el adulto había cumplido su promesa de hacer lo imposible para que Jordan no saliera de su habitación hasta haber tomado una decisión al dilema que le había planteado dos días atrás.

En lo único en lo que el antiguo capitán del Tormenta de Géminis podía pensar, acostado en su cama en el hospital con las manos esposadas a los asideros de la cama, era en que debía huir de la Academia Alius.

Y con huir no se refería únicamente a no volver a ver nunca más a Schiller o a cualquiera de los implicados en todo aquello; sino también a escapar de todas las repercusiones que la Alius pudiera tener. No quería pagar por lo que había hecho, ni ver si los planes de su padre se cumplían o no, ni siquiera quería pensar en sus tiempos en la base del monte Fuji o destruyendo institutos. Lo único que quería era reunirse con Dylan —el único que había demostrado un afecto sincero e inocente por él— y marcharse a algún lugar lejano en el cual empezar una nueva vida.

Obviamente su corazón dolía cuando pensaba en no volver a ver al resto de sus amigos —a los que aún con todo quería como a una familia—, pero él creía que con la influencia de la piedra Alius ya los había perdido a todos y no valía la pena preocuparse por ellos porque no eran los mismos de siempre.

No en vano, él mismo había olvidado gran parte de su humanidad al llevar la piedra puesta tanto tiempo.

Y Xavier había intentado avisarle de ello.

Se estremeció al recordarlo. Si le hubiese hecho caso muy probablemente no sentiría los remordimientos que estaba sintiendo por todo el daño que había causado; seguro que se hubiera acabado dando cuenta de que todo aquello no era más que un gran error y habría abandonado todo aquel despropósito de plan en el que, según las palabras textuales de su padre, él y su equipo eran «la punta de lanza de la Academia Alius».

O eso era al menos lo que quería creer.

El sonido de las ruedas de los carros hospitalarios resonaban en el pasillo dónde se encontraba la habitación de Jordan, y uno de ellos se acercaba cada vez más.

La enfermera que solía atenderle abrió la puerta y le dirigió un vistazo de reojo.

— Buenos días —le saludó intentando con todas sus fuerzas no mirar cómo Jordan estaba retenido.

La mujer desapareció de la vista del adolescente unos momentos para después entrar de nuevo con una bandeja y sentarse a su lado.

Burlona, le dirigió una mueca significativa mientras él se iba acomodando para poder comer.

Jordan maldijo a Smith por enésima vez; si no estaba por allí —que muy raramente ocurría eso porque, al parecer, no tenía otra cosa mejor que hacer que rondar a los miembros del Tormenta de Géminis— no podía ni ir al baño sin su permiso. Varios enfermeros y hasta la propia médica de Jordan se habían quejado de ello, pero el primer ministro le había dado carta blanca al detective para que hiciera lo que le diera la gana si con ello conseguía velar por la «seguridad internacional».

— Disculpe —dijo Jordan tras que la embarazosa escena de recibir la cucharita se repitiera un par de veces—. ¿Podría comer un poco más cuando termine? Esto es muy poca comida... —miró con desconsuelo el potaje que era más agua que cualquier otro ingrediente, el finísimo filete de merluza y el yogur que le habían dado.

La mujer le miró con lástima. Pero no respondió a su pregunta.

Tras un rato de incómodo silencio en el que Jordan no pudo hacer más que sincronizarse con la mujer para no hacer caer la comida, la enfermera dijo algo:

Querido amigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora