III

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Al ser una joven de apenas diecisiete años, soltera y recién salida de un internado religioso, no contaba con grandes herramientas en la vida para sustentarse un futuro próspero.

Cuando sus padres murieron liquidaron sus últimas monedas entre las deudas acumuladas y los años necesarios del internado para asegurar a su única hija una formación adecuada. Para lo que restaba, tenía que atenerse a la bondad de sus tíos que, cabe aclarar, no eran ricos, y desde luego, no contaban con el tiempo para sus caprichos o necesidades.

Si Cordelia era sincera consigo misma, podría confesar que se sentía realmente abatida por no poder consolidar una vida prometedora a recaudo de un buen cónyuge, como Emma, y el resto de sus excompañeras, ya lo habían logrado. 

Se supone que ese era el curso natural de la existencia de las mujeres como ella: Educarse, refinarse, comprometerse, conseguir marido y concebir herederos. Era lo único que se esperaba de ella a esa altura de su florecida feminidad. 

Encontrar al marido adecuado, que viera por su bienestar y pudiera sustentarla, había sido la última esperanza de sus padres de mantenerla enclaustrada en un costoso internado de renombre.

 El éxito de las mujeres se medía por el apellido y la cartera del marido que consiguieran, y por supuesto, los herederos que pudieran proporcionarles. El clima en el internado fomentaba estas ambiciones, sus compañeras no hablaban salvo de una sola cosa: Dejar el uniforme y sumarse al apellido de un caballero de buena familia. Cordelia no podía aspirar a menos.

Las "Magnolias de Varela", no era un lugar que cualquier familia pudiese costear. Alojaba, entre otras distinguidas damas, a la hija del Almirante Cavalgary, la heredera de la fortuna Vellfort y a la hija del vizconde Bissett. Muchas de ellas internadas con el propósito de mantener su castidad bien resguardada hasta desposar al mejor pretendiente electo por sus padres.

Como mujeres de exquisito estatus y educación, no supondría ningún problema encontrar un hombre a la altura de las expectativas. Y Si ellas no lo encontraban por mérito de su simpatía y belleza, las figuras paternales, o los tutores de las mismas, se encargaban de hacer gala de la posición familiar y llevar a cabo aquella elaborada búsqueda entre los codiciados jóvenes de alta sociedad, viudos acaudalados u otros buenos hombres con dinero y sin compromisos maritales.

Eran pocas las internas que se sumaban a las filas de las casaderas solteras, y para su desgracia Cordelia era una de ellas.

Por tanto sus opciones se reducían a dos posibilidades: Principiar el noviciado como una alternativa segura y digna para una huérfana de buena familia, o emprender la búsqueda de un cónyuge a través de bailes y comitivas sociales. Por supuesto, la segunda alternativa era tentativamente más atractiva para una niña en sus diecisiete. Pero comprendía de una destreza en lenguaje corporal y coquetería del cual carecía por completo. Verse inmersa en una competida caza de solteras entre viudas y hermosas caza fortunas, aún más desesperadas que ella, era un escenario desalentador.  Lo había admitirlo: tendría todas las de perder en aquél terreno dónde reinaban las catedráticas en el arte de la seducción.

Su vida sería infinitamente más sencilla si fuera tan bonita como Emma. ¡Que va! Se conformaba con ser lo suficientemente guapa como para figurar entre las chicas de belleza promedio. Pero Cordelia tenía el estigma de la fealdad impregnada en su rostro, más precisamente en su ojo izquierdo. Además de una vista inestable también poseía un ojo desalineado. Mantenía la pupila fija hacia el extremo superior, como si ésta se rehusara a mirar enfrente y coordinarse con su par.  

Cada que se veía en el espejo siempre lo pensaba.  «Por mucho que intentara borrar la expresión que se refleja en el cristal, por mucho que maquillara mi rostro, cuidara de mi cabello o por mucho que esculpiera mi cuerpo, no podía cambiar de ojo». 

Alguna vez una de las chicas le recomendó ir por los hombres mayores: 

Ellos las prefieren virginales y puras. No les importaría la insignificancia de ese ojo travieso.

 Pero Cordelia se sentía incómoda en compañía de gente mayor. No comprendía de charlas sofisticadas, finanzas o de política, los temas recurrentes de aquellos señores; Además no se sentía atraída por los hombres que pasaban los veintiséis. Sólo le arrancaban suspiros los jóvenes que oscilaran su edad.

Emma lo comprendía mejor que nadie.

¿De qué se puede hablar con un viejo? ,  ¿Sobre bastones?, ¿Sobre pelucas para ocultar la calvicie?

Entonces, en el peor momento, un candidato llegó a complicar su existencia:  Alphose Bonnet. 

PIEL DE LEÓN | #MAGICAWARDS2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora