Woozi

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Colores, colores y más colores...

Es lo único que mis ojos visualizaban a medida que avanzaba por ese extenso pasillo de incontables puertas con, seguramente, una historia distinta en su interior.

¿Serán más colores?

No lo sé, pero ya no se qué pensar al ver a cada trabajador de aquí para allá con cámaras, micrófonos, pizarras, lo que creo que son libretos, maquillaje y demás. Creo que ni siquiera han notado mi existencia, aunque no parece algo indispensable luego de ver sus expresiones tan serias, tan neutras...

Tan grises...

Parecían robots, programados para realizar sus debidas tareas, como si apoyar y cumplir con una dictadura fuera lo único que prevalecía en sus mentes y los incitaba a seguir con sus vidas.

Okey, ya es suficiente.

¿En que estaba?

Ah sí. ¿Quedarme y observar a esos desconocidos hacer su trabajo? O ¿Hacerle caso a la evidente tentación que tengo de echarles un ojo al interior de cada puerta?

Que fácil elección, y con la misma sencillez solo me acerqué a la puerta más cercana a mi derecha y sin prestarle la más mínima atención al nombre grabado en la placa que adornaba dicha pieza, abrí la puerta.

Vaya...

Sin duda es desconcertante el hecho de que no había nada de lo que hace tan solo unos minutos imaginé. A diferencia del pasillo, era completamente blanca y no estaba en orden. Al abrir la puerta un montón de hojas de papel llegaron a mis pies; al parecer, más bien partituras. Sobresalientes a estas, un juego de sillas y una pequeña mesa, en donde una antigua máquina de escribir, sus hojas perdiéndose entre ese frondoso mar de composiciones. En la esquina, un estante no muy alto repleto de discos, libros y cd's. El detalle, todos parecían tener escritos la misma frase “Change Up” una y otra vez.

Que curioso...

Lo siguiente que atrapó mi atención fué una llamativa cabellera color rojo, cuyo dueño yacía sentado sobre el taburete de un antiguo piano vertical, sus ojos cerrados mientras que sus manos solo se mantenían inmóviles sobre su regazo.

De no ser porque un gruñido (que sin duda me asustó) salió de sus labios diría que todo parecía bastante normal.

Consecuentemente, ese individuo de tez blanca y baja estatura se levantó y lanzó contra una de las pálidas paredes el banquillo y quebrándolo, gruñendo ante cada brusco movimiento que realizaba, tirando los objetos sobre la estantería, eso incluye el cuaderno pentagramado en el atril del piano, rasgando todas y cada una de sus páginas con notable molestia, importándole poco si se rompían o no, si estaban en blanco o repletas de lo que sea que el chico estaba componiendo.

En cuanto este quedó tal cual arbusto en plena ventisca de otoño, dejó caer las palmas de sus manos sobre las teclas del piano, logrando que un ensordecedor y desagradable sonido llegase hasta mis oídos. Mi instinto fue salir de ahí, pero algo me detuvo.

Un llanto...

Empujé nuevamente la puerta y me asomé en silencio para ver que ocurría. Ahora se encontraba recostado sobre esa montaña de papel, con uno de sus brazos cubriendo sus ojos y solo dejando libre ante mis vista unos delgados y temblorosos labios, liberando suaves sollozos, y palabras que a penas lograba comprender. Sin duda alguna, me sentía en desventaja, no conozco nada sobre esto, no había vivido la pesadez y el estrés de un bloqueo creativo. Pero ahí estaba yo, limitado/a a observar sin poder hacer nada para ayudar.

Cámbialo...

"The Door" (SEVENTEEN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora