033|Inflexión.

387 49 10
                                    

Te quiero, Alice Clark

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Te quiero, Alice Clark.

Abrí los ojos con cierta dificultad, desorientada, con aquel lento susurro perdiéndose en la nebulosa de mi mente. Me dolía el cuerpo y notaba los músculos entumecidos, agarrotados hasta la última fibra.

Un potente pinchazo me atravesó la cabeza cuando traté de moverme ligeramente. La penumbra reinaba en la habitación y tardé un tiempo impreciso en percatarme de que no continuaba en mi cuarto. Con lentitud los recuerdos que atesoraba de la fatídica velada acudieron a mi cabeza como un viento furioso que borró los resquicios de sueño y vaguedad.

—Joder —fue lo primero que abandonó mis labios en voz ronca e inestable.

Me incorporé con toda la rapidez que me fue posible, haciendo resbalar la manta que me tapaba hasta el suelo de la vacía caravana de FP Jones mientras me llevaba las manos a la cara. Tanteé mis mejillas hinchadas aguantando un jadeo de sorpresa cuando me escoció de especial manera la parte inferior del sueño.

Cerré los ojos con fuerza maldiciendo cada asqueroso centímetro de mierda que constituía a mi supuesta figura paterna.

Alice, respira.

Me centré en calmarme con el fin de poner orden a mis erráticos pensamientos y sacar una conclusión al respecto. La imagen de FP entrando por la ventana de mi cuarto, la forma en la que su rostro se arrugó de pleno espanto y preocupación y con la dulzura apremiante y desesperada con la que me sostuvo la mano me paralizaron en el acto.

Agotada tanto mental como emocionalmente y con cada célula de mi cuerpo paciente de un dolor generalizado y adormecedor me puse en pie. Fue entonces cuando me percaté de la cazadora que me pesaba en los hombros y de la fragancia masculina y reconocible que expelía, al igual que cada rincón de aquel desordenado vertedero.

Una sonrisa involuntaria se formó en mis labios mientras avanzaba en dirección al pequeño baño. El reflejo que me devolvió el espejo logró revolverme las entrañas. Decir que exhibía un aspecto penoso sería un eufemismo educado para describir el deleznable estado en el que me encontraba.

Estaba tan pálida como un cadáver, con profundas ojeras rodeándome los ojos y acentuando el azul de mis ojos que parecían más grandes y cansados de lo normal. Una pequeña raja me surcaba la esquina inferior izquierda del labio y tenía una marca hinchada de la torta que recibí impresa en la piel. Tan siquiera quise imaginarme el cuadro de moratones aflorando bajo la ropa.

Sentí que me mareaba y el mundo se desenfocaba frente a mis ojos. Me tambaleé hacia delante, sosteniéndome en el lavabo respirando tan solo superficialmente. Logré estabilizarme lo suficiente antes de caer de rodillas y abrazarme a la taza del váter para vomitar. Me quedé un momento en aquella posición, recuperándome de la potente nausea que sacudió el suelo durante unos segundos.

Estaba demasiado entumecida y débil como para tomar una decisión y la sola idea de regresar a mi casa ocasionó que mis tripas volviesen a revolverse, así que con toda la lentitud y pasividad del mundo me arrastré hasta el dormitorio de FP. De dimensiones humildes y con un condesado aroma a cigarrillo me pareció lo más confortable del mundo.

Piel de serpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora