4. La Tierra de las Hadas

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Aparezco en una construcción con forma de cúpula. Egan y yo estamos sobre una base circular con varios signos brillantes y azules que no soy capaz de entender. Pese a que no hay ventanas puedo percibir un rastro de luz. Tampoco sé dónde está la puerta. Ni mucho menos que es este sitio, pero intento ocultar mi nerviosismo. Me giro y veo que detrás de mí hay una enorme pantalla con un mapa. No sé dónde apunta este.

Egan da un paso y baja de la base, yo le imito, indecisa, y doy vueltas a mi alrededor. Por un momento temo que quizás muera porque la atmósfera me aplaste o mi cuerpo no reaccione bien. De nuevo, me planteo que todo esto es una mala idea: sin embargo mi mente está tan confundida que ya no sé qué pensar. ¿Es acaso el chico de fiar en realidad?

Las paredes parecen ser metálicas y grises. Cuando alzo la vista veo que hay una pequeña rendija arriba que es por donde entra la luz. Es una construcción pequeña y vacía, salvo por el monitor a mi espalda y los botones que hay a los lados.

Egan me mira de arriba abajo, para después fruncir el ceño. Ahora puedo notar las facciones de su cara mejor, pues en este mundo es de día, por lo menos eso creo. Su pelo es bastante ondulado y cae alborotado por su cabeza, es de un color rubio intenso, como una cascada de oro líquido. Su nariz es tan afilada que me resulta fea, al igual que su boca, por lo menos compaginan con la forma de su cara.

—Antes de entrar deberías abrigarte, estamos terminando el... —Hace una pausa, de repente su cara se apaga para acto seguido iluminarse, como si hubiera caído en la cuenta de algo—. Es verdad, distinto planeta, distinto nombre a los... ¿Cómo llamáis a los periodos de tiempo en la naturaleza?

Ladeo la cabeza, confundida,

—¿Disculpa?

Él se frota la barbilla, pensativo. En vez de responder, se acerca a la pared y, con un empujón, abre una puerta. Lo primero que hago es recibir una ráfaga helada de frío que me congela la piel. Me abrazo a mí misma en un vano intento por entrar en calor. Él me hace un gesto para que salga junto a él y accedo de mala gana, cuando lo hago veo que estamos en unas llanuras inmensas. Los árboles están secos y pelados en su mayoría, la poca hierba que hay está marchita y sobre ella hay una pequeña capa de nieve en algunas partes. También miro al cielo, hay un atardecer anaranjado con un sol incluso un poco más grande que el que hay en la Tierra. Juraría que parece que sigo en mi planeta.

—Cuando hace frío y nieva —dice Egan, no me esperaba que hablase, así que doy un respingo del susto—, el ciclo de Forhinter. Neråiden y la Tierra son planetas muy similares.

—Invierno —digo al saber a qué se refiere sobre ese ciclo de nombre tan raro—. Nosotros no tenemos ciclos, lo llamamos estaciones, y son cuatro.

Él asiente, maravillado por lo que le estoy contando. Me siento incómoda, nadie en la Tierra desconocería lo que son las estaciones. De pronto me siento una ignorante, no sé nada en absoluto de este mundo.

—Por suerte estamos entrando en el último mes del Forhinder y pronto llegará el siguiente ciclo: el de Zeurixi.

—En la Tierra se llama Primavera —comento para tener un tema del que conversar.

—Qué nombre tan raro —exclama. Sonrío por dentro, a mí los nombres que dice también me resultan extraños—. Nuestros ciclos se dividen en cuatro meses. En total son dieciséis al año.

Me sorprendo, pero a la vez empiezo a sentir más curiosidad. Si estoy en lo cierto, las estaciones y ciclos son lo mismo y no varían en nada; no obstante, su duración es diferente y aquí los años son más largos.

Faishore: La Bruja del CrepúsculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora