6. Aquella luz que quedó en el olvido

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A diferencia de los otros días hoy no nieva, más bien llueve. La lluvia no me gusta, más que relajarme su sonido me recuerda a trágicos momentos de mi vida, como el día en el que me escapé de casa. Los días nublados los relaciono con la tristeza, por eso prefiero el sol, además de que no estoy muy acostumbrada a verlo. Espero con ganas la primavera, o como aquí la llaman: zeurixi.

Aunque mis problemas son otros. Aparte de mis problemas para ir al baño, temo salir porque no quiero que nos descubran; estoy segura de que lo estropearé todo. Dado mi historial no me extrañaría. También tengo más problemas: nos estamos quedando sin dinero en apenas tres días, a pesar del escaso precio del hostal. Seguramente volveremos a estar durmiendo en la intemperie, aunque tampoco me importa.

Me siento mal por Egan, seguro que para él soy una carga, ¿por qué hace esto? ¿Qué más le dará lo que me pase a mí? No lo entiendo.

He cerrado la ventana y ahora la luz está muy escasa, se ha quedado todo en penumbra (como suele decir Egan) y parece que la noche ha llegado ahora. El rubio entra por la puerta y yo apenas me percato en él, ya tengo suficiente con lo mío y soy incapaz de mirarle a la cara por vergüenza.

Doy asco.

—¿Te importa si damos un paseo? —pregunta, a lo que yo meneo la cabeza. Estoy sentada en el frío suelo de madera, apoyando la espalda contra la pared.

—Seguro que nos descubrirán.

—No creo, vamos —afirma él, siempre lleno de positividad, lo cual a veces me resulta insoportable.

Termino cediendo porque soy una débil de mente y salimos al exterior. El frío no contrasta mucho con el interior salvo en la planta baja, que es la única en la que hay chimeneas. En el resto de habitaciones no hay calefacción. Egan crea una especie de paraguas de hojas que nos cubre las cabezas.

Hoy, a pesar de la lluvia el ajetreo de la enorme ciudad no ha cesado. La gente va de un lado para otro, llena de objetos (supongo que será de haber comprado algo) y comida. Egan me dice que podemos ir al centro, lugar que estará muy transitado y en el que nadie se fijará en nosotros.

Observo más a la multitud que a la capital en sí. Todo está como cuando llegué aquí: calles llenas de baldosas con dibujos, farolas muy adornadas con barrotes de oro y bolas que proyectan luz de color azul y algunos adornos del mismo color pero de un tono oscuro. En cada sector la forma de los edificios varía. Eso sí, las calles son enormes y anchas, casi sin pendientes y la ciudad parece bonita para así traer el turismo.

Al parecer la calle central comienza en una plaza con una fuente muy grande y con una estatua sobre ella. La gente la mira, a veces creo que notan algo raro en mí. Intento comparar sus ropas con las mías, y sí que se parecen entre sí. Pero ¿se extrañarán por mi capucha? ¿Creerán que es porque oculto algo? No, otros también la llevan.

La plaza conduce a una rambla que tiene puestos a su alrededor y de la que no veo el final. También hay un hueco entre esta y los pisos que conducen al resto de los barrios. Evito mirar los puestos, incluso chocar con la gente. Tengo un pánico interior que me esfuerzo por no expresar, Egan parece notarlo y me agarra la mano.

Descubro a un grupo de gente que viste exactamente igual, parece que contemplan el escenario, ajenos. Miro al cielo y veo que en él hay como una especie de libélulas gigantes volando de una forma muy rápida, ¿qué es eso? ¿Son monstruos? Mi miedo incrementa porque ya no me siento segura en ninguna parte.

—Egan —le susurro—, ¿qué es lo que hay en el cielo?

—Son gente volando —explica—, podemos sacar alas para ir de un sitio a otro más rápido.

Faishore: La Bruja del CrepúsculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora