El general Fernando no esperó mucho tiempo y consultó a un espía a su parecer bueno por referencia de varios amigos.Durante la mañana se citaron en un lugar específico,no había que levantar sospechas y el general decidió quitarse su uniforme que portaba con orgullo y ponerse una ropa mas "cómoda".
-Quiero que me investigues a este lagartijo,es para el señor Porfirio-Dijo en voz baja el general.
-Así será jefe,aunque puedo decirle que se rumorean cosas malas sobre él, pero han sido chismes sin fundamento-Susurró el joven que portaba un chaleco largo color café y sombrero del mismo color.
-Pues quiero que encuentres los fundamentos,si es necesario síguelo con cautela- Dijo tajante el general.
-Eso no será posible patrón,me pareció verlo irse de su hogar ayer en la noche;creo que se fue de viaje-comentó.
-Me lleva la chingada...¿Cuantos días tardarás?-dijo el general-.A lo que el espía contestó- Dos, señor-.
Fernando se quedó callado y estiró un sobre de color amarillo envuelto con hilos,el espía por experiencia sabía que era dinero.
-Gracias por su preferencia-exclamó el joven con una leve sonrisa;se levantó y caminó hasta perderse entre la gente.
Cuando Ignacio regresó a la capital, los sirvientes que necesitaba con urgencia para su nueva casa llegaban poco a poco.Con un hogar tan grande,era necesario trabajadores para mantenerla presentable,pues el caballero apenas había comprado una casona para instalarse y el sólo no podía hacer el trabajo; 3 sirvientes fueron los que la Ama de llaves Antonia consideró suficientes para el dueño mientras este estaba ausente.Según la mujer,los puso a prueba durante ese día y todos pasaron satisfactoriamente.
Llegó la hora de la comida y en una gran mesa los sirvientes fueron sirviendo los platillos que le gustaban a Ignacio.Le llamó la atención cuando un joven de la servidumbre,un poco alto y claro de ojos cafés,le sirvió la comida.
"No está mal a mi gusto..." pensó Torre y Mier, "sin embargo trae las manos un poco sucias, a lo mejor debería de darle un mejor trato".El chico sólo lo vio un instante, le lanzó una sonrisa picarona y le susurró: "si necesita algo más, estoy para servirle". El dueño sonrió y le guiñó, el chico se retiró.
Después de la comida,Ignacio se recostó en la cama de su cuarto. Un quinqué en el buró hecho de roble y una gran ventana típica de la época alumbraban la habitación, era de noche y naturalmente el dueño se preparaba para dormir. Los recuerdos invadieron la mente del joven,recordar los momentos que vivió antes de llegar a la capital lo llenó de mucha nostalgia y en honor al pasado, sacó debajo de la cama una caja de madera barnizada con relieves dorados que formaban flores.
Al abrirla,sacó unos cuantos documentos doblados de las escrituras de su hogar y otros trámites. En el fondo,bajo todos esos números y letras, se encontraba un paquete de cartas amarradas con un hilo rojo;sacó una de ellas y en el destinatario tenía escrito: " Para el amor de mi vida,Ignacio de la Torre" y en el remitente: "J.A".
Leyó cada una de las cartas y por un momento soltó lágrimas de tristeza. Su antiguo romance con un chico se vio limitado por cartas ocultas en dos siglas. De lo que a simple vista parecía ser una mujer en busca de su amado, realmente era un romance oculto de dos hombres que se amaban.
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El yerno
Historical FictionPorfirio Díaz amaba a su hija, pero no tanto a su yerno, pues ambos sabían el gran secreto ¿Podrá Ignacio mantener la discreción?