xv. la guerra fría entre annabeth y arian

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NO FUE sorpresa para nadie que inmediatamente Percy saltara a la defensa de Arian. O al menos no para nadie que no fueran Arian y Annabeth, las cuales saltaron al escuchar las palabras de Percy.

—¿Cómo te atreves a siquiera sugerir algo así? —Siseó Percy—. Arian no ha hecho más que ayudarnos, a pesar de que todo esto es nuevo para ella. No sé cuál sea tu problema con Arian, pero debes de superarlo ya.

Annabeth dio un paso atrás, sintiéndose traicionada. Le dedicó una última mirada de odio a Arian antes de salir corriendo, claramente molesta. Todos los demás campistas se abrieron para que pasara, nadie atreviéndose a detenerla.

Arian simplemente se quedó parada, con los ojos abiertos de par en par, sin comprender exactamente lo que había sucedido. Tantas cosas pasaban. Annabeth sospechaba de ella y la había evidenciado, por poco había descubierto su fachada, pero de alguna manera aunque esa debiera ser su prioridad, Arian solo podía pensar en que Percy la había defendido. Se sentía terriblemente mal por estarlo engañando, pero no podía ignorar las mariposas en su estómago al ser defendida por él.

—Lo lamento, Arian —se disculpó Percy inmediatamente, luciendo realmente preocupado por cómo Arian se sentía. Arian tragó saliva pesadamente.


—Está bien —dijo débilmente—. No quiero causar problemas —añadió, con total sinceridad, aunque sospechaba que su madre planeaba totalmente lo contrario. 


🔮🔮🔮


Quirón había insistido en que hablaran por la mañana, lo cual era como decirles: «Su vida corre un peligro mortal, chicos. ¡Que duerman bien!» A Percy le resultó difícil conciliar el sueño, pero, cuando lo hizo por fin, soñó con una cárcel.

Percy veía a un joven, vestido con túnica griega y sandalias, acuclillado en el interior de una grandiosa estancia. El techo se hallaba descubierto y dejaba ver el cielo nocturno, pero los muros, de mármol pulido y liso, tenían una altura de seis metros. Había cajas de madera esparcidas por el suelo; algunas medio rotas y volcadas, como si las hubiesen arrojado brutalmente. De una de ellas asomaba una serie de instrumentos de bronce: un compás, una sierra y otros que no identificó.

El chico se había acurrucado en un rincón, temblando de frío o tal vez de miedo. Estaba cubierto de salpicaduras de barro y tenía las piernas, los brazos y la cara llenos de arañazos, como si lo hubieran arrastrado hasta allí junto con las cajas.

Entonces se oía un crujido y las puertas de roble se abrían. Entraban dos guardias con armadura de bronce, sujetando a un anciano al que arrojaban al suelo.

— ¡Padre! —gritaba el chico, corriendo hacia él.

El viejo tenía la ropa hecha jirones, el pelo gris y una barba larga y rizada. Le habían roto la nariz y le sangraban los labios.

— ¿Qué te han hecho? —decía el chico, sosteniéndole la cabeza. Y gritaba a los guardias—: ¡Los mataré!

—No creo que sea hoy —respondía una voz.

Los guardias se hacían a un lado. Detrás, aparecía un hombre muy alto ataviado con una túnica blanca y una fina diadema de oro. Tenía la barba puntiaguda como la hoja de una lanza. Sus ojos centelleaban de crueldad.

—Has ayudado a los atenienses a matar a mi minotauro, Dédalo. Has vuelto a mi hija contra mí.

—Eso lo hizo usted mismo, majestad —graznaba el anciano.

wicked game / percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora