Capítulo XLVII

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"Los errores pasados de lo artificial"

Narradora:

— ¿De nuevo hay ataques hacia la república? —preguntó frustrado el castaño de piel clara recargándose sobre la mesa de su nueva oficina en el "ayuntamiento". En realidad ya intuía la respuesta y no quería escucharla, ya no sabía que más hacer, era simple, era como si sus atacantes supieran que iba a hacer antes de que llevaran los soldados a cabo la orden. Miró por última vez su brazo izquierdo vendado y también sus piernas, que cubiertas por el pantalón ocultaban las vendas que intentaban sanar heridas, no quiso ni tocar su rostro o parte de su cuello para saber que ahora poseía cicatrices deshonrosas.

— Si... —suspiró el muchacho enfrente de él, le miró con los ojos llorosos, sabía que la próxima respuesta tal vez lo haría soltar en llanto, pues ese muchacho era demasiado joven, no rebasaba los quince años de edad y siempre vivió a la sombra de su hermano mayor.

— ¿Cuántas pérdidas? —preguntó sabiendo que acababa de romperle el corazón a aquel chico, simplemente le miró con el semblante firme esperando por su respuesta, y confirmó haberle roto el corazón cuando el chico por fin soltó en llanto.

— S-solo uno señor —dijo en un tono muy bajito impresionando al castaño, se alegró de que fuera solo uno hasta que escuchó lo siguiente— fue el soldado Martínez —como una punzada a su pecho le hizo apretar el puño de su brazo derecho y golpear con fuerza la mesa demostrando así solo el enojo que eso le causaba. Y era malo, el soldado Martínez era de sus mejores soldados que tenía a su disposición, y aparte un médico excepcional del creciente y pequeño ejército que tenían... y sobre todo era el hermano mayor de aquel muchacho que justo ahora lloraba en silencio frente a él. Se levantó de su asiento y palmeó la cabeza del joven.

— Lo siento, Joel era un buen soldado y también un buen amigo... entiendo como te sientes —dejó su mano sobre el muchacho unos centímetros más bajo que él.

— Disculpe señor, he demostrado debilidad frente a usted, así solo pensará que no pertenezco al ejército —levantó la cabeza secando las lágrimas de su rostro.

— Felipe —dijo el mayor mirando a su subordinado, el muchacho solo le dedicó una mirada de desconcierto— puedes decirme Felipe, si me dices señor me sentiré viejo y vamos, tengo apenas 22 años —sonrió provocando una pequeña sonrisa en el menor— y tienes razón, tal vez no pertenezcas al ejército pero debo admitir que tienes agallas, no mucha gente es tan demente para entrar al ejército después de la guerra —retrocedió un poco tragándose su frustración para sonreírle al chico, era lo que su amiga haría en esos momentos.

— Gracias señor, digo... Felipe —el rostro del joven le miró mucho mejor, tal parecía que las pocas lágrimas que había soltado le habían hecho bastante bien.— En ese caso dígame Renato y... quiero ser también el nuevo médico del ejército, mi hermano me enseñó bastantes cosas —Felipe pudo jurar que moriría de felicidad por escuchar que tendrían nuevo médico, no tendría que buscar uno tan urgentemente ahora.

— Puedes retirarte Renato —el chico asintió dejándolo solo con su frustración.— Ya van 13 muertes con esta... esas malditas máquinas no descansarán hasta que nos maten a todos... —dijo para sí mismo sin retirar la vista del techo y los focos circulares del edificio, uno de los inventos que les dejó Marianne como parte de su investigación.— ¿Qué harías tú? —rió un poco al sentir que se veía como un completo idiota hablando solo y preguntando al aire cosas así cuando efectivamente Marianne no contestaría, porque ella ya no estaba. 

Virtual Life [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora