Capítulo LII

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"No estás solo"

Era la tercera vez que la morena se desmayaba, no sentía ninguna parte de su cuerpo y parecía que las heridas no podían sanar ya con toda la sangre que había perdido. Esta vez despertó mirando borroso a sus alrededores, después a la figura sonriente del hombre, sonrió apenas con la respiración tan tranquila que sentía el oxígeno ya no llegaba en suficiencia. El hombre comenzaba a acercarse cuando escuchó el estruendoso ruido que comenzaba a atacar las instalaciones, miró a la castaña y la tomó de donde estaba cargándola como un costal de papas donde salió de emergencia junto a ella por túneles subterráneos.

— ¿Todavía... me... dirás "te quiero"... con una sonrisa...o... me has olvidado? —dijo antes de volver a cerrar los ojos sin notar como este se quedaba helado al escuchar esas palabras que no recuerda haberle dicho a nadie pero que eran para Marianne, sus ojos se agrandaron con la sorpresa pero no se detuvo, ¿quién era esa chica? ¿Qué hacía allí y cómo conocía al pequeño Abri? esas preguntas pronto lo comenzaron a poner nervioso pero él no se detuvo.

Por otro lado, en las instalaciones había un gran alboroto, sobresalían los brillantes ojos esmeralda cargados de adrenalina en los pasillos, cubierto de líquidos que desconocía y algunas heridas caminó más tranquilo por las instalaciones esperando encontrar a Marianne pero en cuanto llegó al último piso se horrorizó al ver los cuerpos destazados de personas, la sangre en los alrededores, aún fresca y entonces se animó a encender las luces. El observar la blanca habitación con manchones de sangre, los cuerpos, uno sobre la mesa junto a instrumentos quirúrgicos, retrocedió al ver como el robot que cuidaba el lugar abría los ojos con lentitud y tomaba el bisturí de la mesa para comenzar a atacarlo, en un impulso cerró la fría puerta de metal con fuerza y comenzó a correr hasta las escaleras que el único pasillo hacia la derecha indicaba, al subir pudo escuchar como la puerta de metal era derribada, sin tiempo para pensarlo mejor abrió la puerta blanca frente a él y la cerró sin echar un vistazo hacia adentro, apretó fuerte su espada y se dio la vuelta notando un escritorio tan blanco como las misma paredes e incluso la silla y la ventana que se podía distinguir apenas por el cristal y su limpieza, no había ni una mancha hasta que miró a su izquierda y las cadenas blancas cubiertas de sangre en el suelo, justo donde colgaban estas el enorme charco de sangre que por el olor que emitía reconoció a quien le pertenecía, tragó hondo olvidando donde estaba. Sacudió su cabeza y llevó su mano derecha, donde se encontraba el tatuaje a su corazón.

— Aún estás viva... lo puedo sentir... —sonrió mirando la abertura de una puerta secreta, antes de poder dirigirse a ella la puerta detrás de él se abrió bruscamente haciendo que se pusiera en guardia dispuesto a rebanar en dos a cualquiera que se le interpusiera pero se detuvo al ver de buenas a primeras el rostro de Abraham.— Maldito cuatro ojos —suspiró aliviado llevando su mano izquierda a su rostro sin dejar de sostener con fuerza la espada.

— ¿Christian? —preguntó desconcertado— ¡Christian! —el castaño nunca creyó poder ponerse alegre por ver a su rival de amores pero justo en aquel momento poco le importó y se abalanzó sobre él con una sonrisa, le costaba admitirlo pero el chico de mechones verdes siempre había sido su amigo a pesar del tiempo y la distancia. Al fin y al cabo niños con sueños. 

— Jajaja, ¿Qué te pasa Abri? —recalcó la última palabra correspondiendo el abrazo que sin importarles la incomodidad que generaba en los presentes siguió por varios minutos.

— Maldita máquina, note burles de mi precioso apodo —respondió el menor deshaciendo el abrazo con una sonrisa, y era que no lo iba a decir en voz alta pero lo ponía más que feliz saber que su amigo estaba bien, que no lo había perdido.

Virtual Life [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora